miércoles, 19 de diciembre de 2007

LOS GATOS DE LARGO ARGENTINA

Por Yoss*

Para Nancy, que me mostró el lugar. A pesar de todo.

La gatita siamesa, cuyo reciente abandono revela lo limpio del lazo de tul rosado que lleva al cuello, se adentra entre las ruinas como pisando huevos, en derroche de alerta felina. No te asustes, pequeña… huele extraño y no se parece a tu casita, pero igual será un paraíso para ti, ya verás, piensa Josué, silencioso testigo. Desconcertada por el lugar desconocido, mientras avanza la minina maúlla tentativamente, como solicitando ayuda de cualquiera.
Pero sus gordos congéneres, tendidos sobre las pétreas ruinas del lugar en vano intento de atrapar el escaso sol de la nublada mañana de domingo romano de octubre, la ignoran olímpicamente. Todo en la vida tiene un precio, pero no creo que si les hubieran dejado elegir habrían aceptado muy alegres que los caparan a cambio de tener comida y casa segura, no señor. Solo un gatazo negro se yergue ágil, interesado por el reclamo sonoro de la hembra, y se acerca saltando entre los adoquines de la Roma Imperial con trotecillo elástico. Cómo se mueve. Parece Michael Jordan o un bonsai de pantera piensa el cubano, admirado.
El gran gato negro se desliza con agilidad por encima de un par de columnas y chapiteles caídos y al llegar junto a la gatita se eriza en espectacular despliegue masculino, que parece saludar un trueno en lontananza. Mierda, ahora sí que llueve seguro, y yo sin capa ni paraguas. Y con este frío. Mierda de otoño. Siempre supe que no podían caparlos a todos. Bueno, a lo mejor como dicen que lo que hacen es esterilizarlos, no saben cuáles pueden tener gatitos y cuáles no. Está lindo ese negro cabrón… goza, felino, que hoy vas a comer bueno. Gatita de raza. Ojalá todo fuera tan fácil. A la vez solidario y resentido, Josué le dedica una pedrada veloz a la recién formada pareja felina, aunque solo después de asegurarse de que nadie lo mira.
Ya está bastante escarmentado acerca de lo intolerantes que se pueden poner los romanos con cualquiera que maltrate a los consentidos animales del famoso refugio para felinos sin hogar. Lo gordos que están todos. Qué desperdicio; si esto fuera Cuba, en una semana no quedaba ni un gato aquí y todo el barrio estaría comiendo fricasé de conejo… de azotea.
El gato esquiva el proyectil casi con elegancia y corre, alejándose prudentemente, seguido por la interesada siamesa. Comienza a llover en gotas finas, pero casi heladas. Corre, pendejo… o aprovecha la oportunidad, si era apenas un granito de arena, ni dándote en el ojo te iba a hacer más que cosquillas, se autojustifica el joven, mirando envidioso a la pareja de felinos que se ocultan entre las columnas caídas, a la vez que ante la bofetada fría de una ráfaga de viento cargada de lluvia, se arrebuja apresuradamente en su abrigo: un anorak de mujer, raído, pasado de moda y para más INRI muy pequeño para su talla.
Cojones, quién fuera gato en Roma, y más aquí en Largo Argentina. No tienen problemas con el alquiler, ni pagan calefacción, la comida gratis nunca les falta, y a cada rato viene gente a jugar con ellos y acariciarlos, incluso mujeres de esas preciosas tipo película italiana de las de antes, mujeres de esas que ni cuando estaba recién llegado y bien comido se rebajaban a dedicarme una miradita. Y si llueve y se mojan ni les da pulmonía aunque no tengan sombrilla. Qué buena vida la de los gatos. Y yo, en esta vida de perro. De perro inmigrante, además.
Suspirando y tratando de cubrirse los largos y grasientos cabellos con la capucha del vetusto anorak, el ex taekwondoka sube los escalones hasta el nivel de la calle, y la cruza hacia el andén de Largo Argentina, donde ya varias decenas de personas bien abrigadas, muchas repentinamente transformadas en hongos policromos por la magia de las sombrillas abiertas, se mueven inquietas tratando a la vez de no mojarse y entrar en calor en lo que llega el tranvía, que justo ahora está dando la vuelta pocos metros más allá. Pinga, qué frío. No sé cómo en las películas los romanos siempre andaban con esas sayitas cortas de cuero, en sandalias y con las piernas al aire. Será porque entre octubre y febrero no salían de sus casas a conquistar tribus extrañas y se quedaban calenticos al lado de la chimenea…
Moviéndose alrededor de la masa humana, como tiburones que rondaran un cardumen de peces, hay varios vendedores callejeros. Chinos que ofrecen insistentes en su pésimo italiano sus baratas y poco duraderas sombrillas, aprovechando la circunstancia de la lluvia. Siempre sonríen. También sonríen las chinas, que pasan con sus bandejas cargadas de fosforeras con perfil de mujer, gatitos de peluche que caminan con baterías, lámparas de filamentos plásticos flexibles y cuánta chuchería del todo inútil pero colorida y llamativa pueda imaginarse. Los que no sonríen, paradójicamente, son los músicos ambulantes, mayormente gitanos de Europa del Este, pero en todo caso fácilmente reconocibles por sus ajadas ropas y maltratados instrumentos, así como por el clásico vaso de cartón de Coca-Cola de Mc Donald en el que recogen sus ganancias.
Chinos y gitanos, si cuando yo lo digo, en esta ciudad todo está inventado, debe haber un sindicato de vendedores de sombrillas y otro de músicos de tranvía, por países, si me metiera a tocar una tumbadora aquí seguro que uno de esos rumanos acababa dándome una puñalada, y de todos modos, primero tendría que conseguir la tumbadora. Y hasta el vaso de Coca-Cola… ya hace como dos semanas que no tengo dinero ni para Mc Donald… tanto que lo critican esta gente y cada vez que van no dejan ni miguitas de la Jumbo Burguer..
Con una insistencia que roza la desesperación, Josué busca una a una las miradas de los que esperan el transporte público. Pero todos evitan el contacto visual como el diablo al agua bendita. Coño, no sean paranoicos, romanos de mierda, no los voy a asaltar, ni siquiera a pedirles limosna, lo único que quiero es que me miren, aunque sea para saber que todavía existo, que ya hay días en que solo me lo creo cuando me miro en un espejo, y a veces ni eso.
Llega el tranvía y todos lo abordan forcejeando en silencioso desorden, pero sin olvidar ni siquiera así timbrar cívicamente los pasajes. Solo Josué, los chinos y los gitanos evaden tranquilamente el procedimiento. Como en Cuba, sálvese el que pueda, pero calladitos para parecer educados. Que me cojan a mí comprando un boleto, ja, y menos sin ningún revisor a la vista. Multa ni multa; si en La Habana usaran ese sistema Ómnibus Urbanos iba a la ruina en una semana. Total si nada más que voy hasta Porta Portese…con un poquito de suerte hay algo de trabajo, consigo un almuerzo y hasta algunos euros…
Muchos de los viajeros matutinos del tranvía llevan grandes bolsas, reveladoras de que el objetivo de su salida es el célebre mercado romano de lo usado y lo barato que desde hace siglos se celebra cada domingo. Hombres y mujeres de mediana edad, familias de inmigrantes con hijos, todos cuchicheando alegres mientras evitan cuidadosamente acercarse a Josué, a los vendedores chinos y a los músicos gitanos por igual. Qué bueno sería tener suficiente dinero aunque fuera para ir una vez al mes a Porta Portese. Y no a cargar cajas y sacos de mercancía usada, sino a comprar algo, como hacíamos Giovanna y yo cada domingo. A ver ¿qué hora es? Las 10, todavía no debe haber salido, si es que no ha cambiado de costumbres. Creo que, pensándolo bien, voy a hacerle la visita a la ragazza[1]
Josué deja que la mayor parte de los pasajeros desciendan en la fermata[2] tras el Ponte Garibaldi, y continúa en el tranvía. Su nuevo destino es la Stazione Trastevere, un par de kilómetros más allá. Giovanna, coño, mira que me gustaba al principio, cuando la conocí en Cuba, con esa elegancia, siempre en minifalda y tacones, y esas tetazas tan a la vista con esos escotes que le gusta usar siempre, aunque estuviera planchá por la retaguardia y tuviera esa narizota larga de mig-23. Además, hasta templaba bastante bien… para no ser cubana. Pero eran sobre todo ese olor de europea bien comida, ese melena negra siempre tan lacia y esa piel bien tratada con cremas y lociones lo que me volvía loco.
Por primera vez en varios días, sonríe, recordando. Varios viajeros se alejan aún más de él, por si acaso. Roma está llena de locos reambulantes y no todos son inofensivos. Y yo la volvía loca también, bien que me lo decía que nunca se había venido tanto, que ningún italiano nunca le había dado tanta cabilla. Llegamos a echar cinco en un día… fue aquel fin de semana que me invitó a Varadero. Qué va, eso no se borra así como así, a las mujeres lo que hay que darles es pinga y disgustos, ya lo decía mi abuelo. Esa perra narizona me dijo que no quería nada más con vagos machistas extracomunitarios como yo, y que me perdiera de su vida, pero eso fue hace dos semanas, todo por no querer fregar, era síndrome premenstrual, a lo mejor si me le aparezco ahora resulta que ha estado lamentándolo todo este tiempo, y que ya se le ha olvidado lo malo y le vuelve la picazón, y acabamos templando otra vez hasta que se le pele y hasta le dé cistitis, como cuando llegué de Cuba hace tres meses…
Siempre arrebujado en el viejo anorak que la lluvia ya empieza a empapar, el joven ex deportista cubano toma por una de las laterales a Viale Trastevere, alejándose de la fermata del tran, y al llegar frente a un palazzo[3] casi indistinguible de los demás baja unos diez escalones hasta el sottosolo[4]… pero cuando va a acercarse al citófono ve algo que lo obliga a esconderse tras un columna.
Segundos después una pareja que se besa sube riendo las escaleras y pasa junto a él, sin verlo. La mujer es alta, desgarbada, de melena trigueña y pronunciada nariz, calza stivaletti[5] altos de exagerado tacón que sin embargo maneja cómodamente, y una minifalda tan corta que si no fuera por sus medias negras de apretada malla probablemente dejaría ver su sexo. Un grueso maglione[6] de lana, también negro, impide averiguar si la prenda que viste debajo es o no escotada. El hombre es un negro enorme, vestido con colores vivos y con largos dredlocks de rastafari.
Josué aprieta los puños viéndolos alejarse bajo la lluvia. Italiana cabrona ¿así que no querías nada más con vagos tercemundistas? Si ese negro no es por lo menos de Senegal yo soy chino. Coño, si lo que debería es armarte un escándalo y caerte a galletas, al buen estilo del Cerro… pero el negrón está grande y fuerte, si se metía iba a tener que darle un par de patadas y ya el mes pasado estuve tres días en el calabozo por abuso de fuerza, abuso ni abuso, si el ruso ese era una montaña, peor para él si me quiso quitar ese trabajo cuando no sabía taekwondo y yo sí… en fin, parece que con la Giovanna la cosa se jodió de verdad. Cuando una europea prueba a los negros, ya no hay nada que hacer, si lo sabré yo: la mitad del equipo se quedó el año pasado en España a costa de esa historia. Mejor voy a Porta Portese a ver si todavía queda algo que cargar a esta hora.
*****
A media tarde, a la intemperie en mangas de camisa y tiritando de frío, aunque muerda con apetito carnívoro un gran panino[7] de salame e formaggio[8] tan ajado que parece haber sido atropellado por un tanque, Josué se siente intensamente miserable. Le duele cada músculo el cuerpo, como cuando entrenaba todo el día para una competencia, pero esta vez no es el casi agradable agotamiento del deporte, sino el cansancio embrutecedor del trabajo. Pero no se atreve a cerrar los ojos; hay gitanos cerca. Con la esperanza de que el aire caliente se lo seque, ha colgado su abrigo empapado sobre la salida de aire caliente del bar de la piazzeta[9] de la estatua de Ippolito Nievo… y lo último que necesita es que se lo roben, sobre todo ahora que el invierno ya toca a las puertas de la Ciudad Eterna.
Esos gitanos son la pata del diablo, peores que Sandokán: él era el Tigre de la Malasia, ellos los Tigres de la Malicia. Y el marroquí del puesto de ropa de invierno usada vale él solo por los 40 ladrones de Alí Babá. Cargué más cajas que un camello, por poco me deslomo… y ni un euro me dio el moro cabrón. Solo para comer… bueno, un panino es mejor que nada, aunque sepa a plástico. Ningún italiano se atrevería a hincarle el diente. Cojones, qué bien me vendría ahora un plato de congrís con carne ripiada, aguacate y tostones como aquellos con los que me esperaba mi madre cuando regresaba los viernes del Cerro Pelado. ¿Cómo estará la vieja? Cuando consiga dinero tengo que llamarla desde un locutorio de esos de filipinos aunque sea cinco minutos. Coño, esta mala racha que no tiene para cuando lacar, y con lo caras que están las telefoneadas a Cuba... ya hace un mes que no sabe de mí, debe tener una angustia… aunque, total, para oír la descarga de siempre, que me volví loco, que la Revolución me lo daba todo y que no debí quedarme, sobre todo no sin tenerlo todo amarrado, que todavía estoy a tiempo, que vaya a la embajada, mejor ni la llamo. ¿Regresar? Ni loco. La Revolución: salud y educación gratis: ¿y si uno nunca se enferma y ya terminó de estudiar? Yo quiero la oportunidad, aunque sea al precio de un par de meses aguantando esto. Mucha gente que ahora son grandes pasó trabajo como yo. Willy Chirino cargó sacos de cemento en Miami. Qué va, mejor pordiosero aquí que constructor en Alamar…
-¿Josué?- dice a sus espaldas y en español una voz femenina no muy convencida -¿Josué, eres tú? –repite, ya con una insistencia imposible de ignorar
El ex deportista cubano se vira casi rápido, sin demasiadas esperanzas de que sea con él y menos que sea algo bueno, pero aún así encantado de poder hablar español con alguien.
Tarda un par de segundos en ubicar la voz. Desde la ventanilla de un aerodinámico Audi azul marino con vidrios calobares y placas de Milán, una mujer elegante de pelo corto y con gafas oscuras lo observa con expresión inescrutable. No le parece conocida…
-Sí, yo soy Josué, ¿qué se le ofrece?- empieza a decir, con desgana, hasta que ella se quita las gafas con una gran sonrisa -¡Laura, cojones!- aúlla de alegría entonces -¿Pero qué tú haces aquí, chica?- confianzudo, se acerca al lujoso auto alemán y se apoya en la ventanilla abierta, sonriendo –Mujer ¡qué alegría me da verte! ¿Tienes tiempo? Estoy loco por hablar algo que no sea el cabrón italiano…
Ya ponen la luz verde, y los autos detrás del Audi, quizás envidiosos de su categoría de berlina de lujo, comienzan un verdadero concierto de claxons impacientes. Los conductores romanos son mundialmente famosos por su intolerancia y eterna prisa. Algunos incluso ya directamente gritan los clásicos ¡Vai, stronzo, alla grande![10] ¡Ba´ffa´n´culo, milanese coglione![11] o hasta el resentido y provinciano ¡I mortacci tuoi![12] y el deportivo-chovinista ¡Viva la Roma! ¡Milan, mierdaccia![13]
La mujer se vuelve hacia el invisible conductor del auto y le dice algo inaudible en un idioma que no suena a español ni italiano. Luego se dirige de nuevo a Josué, lo mira de arriba abajo, arruga la nariz, suspira y acepta: -Bueno, está bien, podemos arrimarnos un momentito… pero va a tener que ser rápido. Estamos apurados, nos esperan en una reunión.
Josué sigue con la vista el lento, mayestático desplazamiento de la lujosa carrocería germana hasta el cercano parqueo, y hasta se permite una pequeña pausa; no solo para terminar de devorar las últimas migajas del panino, sino sobre todo para disfrutar el modo en que Laura desciende del auto, con los gestos exactos y confiados de la mujer que, aunque ya bien entrada en los cuarenta, todavía se sabe dueña de una belleza que hace volver la vista a los hombres en la calle.
El macilento ex taekwondoka se empapa las pupilas de la sobria elegancia de su tailleur[14] bien cortado, de su delicado pero seguro equilibrio en lo alto de los stiletti[15] que asoman de las anchas perneras del pantalón de seda azul, casi el mismo azul marino del barniz del Audi. Goza hasta el distinguir las pequeñas arrugas que ya comienzan a orlar sus grandes, preciosos ojos café, y su boca grande y jugosa que no por sensual deja de ser distinguida.
El mundo es un pañuelo, y todos los caminos llevan a Roma: Laura, temba linda, burguesita buenota de Nuevo Vedado, tan señora de día y tan putona de noche, quién me lo iba a decir, verdad que ella trabaja en algo de la ONU, se pasa la vida viajando, y aquí en Roma hay miles de funcionarios de esos, pero ¡con lo grande que es esta ciudad! Dios, nunca he creído en ti, pero si existes, gracias: te debo una. Esta sí que me va a ayudar, no puede ser tan cabrona como la perra de Giovanna. Somos cubanos ¿no? y además no puede haberse olvidado de lo bien que la pasamos juntos… si la hija no se hubiera puesto tan farruca a lo mejor hasta todavía estaríamos, chiquilla celosa, total, si ya lo mío con ella se había acabado, y bien que me gozó en su momento ¿qué más le daba que su madre se divirtiera conmigo?
Sonriendo, el joven cubano se limpia los labios con la lengua, frota las manos en su mugriento jean que una vez fue azul… y se queda congelado cuando descubre, delante del Audi azul marino y detrás de la azul marino Laura, la sombra azul marino de un hombre. Alto, con una obesidad incipiente que el impecable corte del traje logra disfrazar de corpulencia, pero que delatan su rostro de abultados carrillos y el esbozo de papada. Es rubio y de ojos azules, aunque ya no azul marino, sino simplemente azul cielo… azul advertencia, azul “esta mujer es mía” que subraya su mano grande y regordeta posesivamente apoyada sobre el hombro de la cubana.
Cojones, por eso decía “nos esperan en una reunión” ¿Laura también se está jamando a un italiano? Se ve que tiene dinero, y es más joven que ella… quién se lo iba a imaginar, las vueltas que da la vida.
Laura se adelanta a otro pensamiento o comentario de su compatriota: -Hola, Josué, te presento a Luigi, de Milán, es funcionario aquí en la FAO, y nos casamos el mes pasado- y cambiando velozmente de lengua, explica: –Luigi, e lui il ragazzo de chi ti ho parlato. Fu fidanzato della mia figlia l´anno scorso, e dopo e rimasto come amico della famiglia. Facce taekwondo, e molto bravo dando calci…[16]
Josué, que ya entiende el idioma de Dante, pero que todavía no se siente ni mucho menos cómodo hablándolo, balbucea: -eh… signore Lugi, incantato… mi dispiace… no parlo molto italiano ¿lei parla un pocchino di spagnolo, per caso?[17]
-No, ancora non lo parlo molto[18]- la voz del corpulento milanés pretende sonar afable, pero desmintiendo la tradicional bonhomía de los gordos, bajo cada palabra vibra el acero de la hostilidad de macho alfa que no permitirá ninguna amenaza a su posesión absoluta de la hembra codiciada. Luego sonríe, un gesto humano en el que aún pueden captarse rastros de su valor original entre las fieras: mostrar los dientes –Laura non ha avuto ancora tempo de insegnarmelo bene…[19]- subrayado con otra sonrisa predadora, pero también de complicidad masculina, como para que quede bien claro en qué han invertido todo ese tiempo perdido para las clases de idiomas -Ho sentito che voi cubani siete molto bravi a fare a pugni, nel box non avete rivali, ma ¿taekwondo? ¿non e uno sport cinese? Comunche, Josué, e stato un vero piacere conoccere a un vecchio amico de Laura che non lavore alle Nazione Unite, ma adesso mi devi scusare: ho sentito un rumore strano nel motore, vado ad aprire il coffano per controllare… parlate pure in spagnolo.[20]
Y sin más, levanta el capó del enorme coche, como una virtual barrera entre él y los dos habaneros. Josué aprovecha el instante, hablando rápido y a media voz.
-Coño, mamita ¿de verdad te casaste con el gordito ese? Qué imbécil: el taekwondo es coreano, no chino. Quién me lo iba a decir, la que se llenaba la boca para decir que lo que no entraba por los ojos… ¿es rico, no? ¿y cuándo lo conociste ¿la semana pasada?
-Hace seis meses que estamos juntos, es funcionario de la ONU, su familia tiene fábricas en Milano… Josué, no vayas a armar una escena- advierte informa Laura, sin dejar de mirar a su antiguo amante de arriba abajo. Al final, muy suavemente, casi susurrando, agrega mirándolo a los ojos: -Oye ¿necesitas dinero? ¿Dónde te estás quedando?
-Eh… alquilo en casa de una ecua-ecuatoriana- tartamudea el cubano, tomado por sorpresa –el cuarto es chiquitico, casi un closet, pero la cosa está dura, ya tú sabes.
-¿Tienes trabajo? En la sede de la FAO buscan jardineros, no sé si sabes arreglártelas con el césped inglés, pero no es tan duro, y si yo te recomiendo, a lo mejor…- insiste Laura, mirando de reojo a su esposo, que resopla bajo el capó levantado, azul marino bajo azul marino.
-No gracias; estoy cargando cajas para los vendedores de ropa aquí en Porta Portese- trata de sonar orgulloso Josué sin lograrlo del todo –Trabajo toda la noche, de sábado para domingo, y me da para pagarme el cuartito, algo de comida, ya sabes…
-Pues deberías pagarte un baño también, de vez en cuando. Apestas como un barbone[21]- dice aún Laura, muy seria, y con un gesto casi de prestidigitador, saca una billetera de hombre del bolsillo interior de su chaqueta y hurga entre los papeles de distintos colores y denominaciones.
A Josué casi se le van los ojos detrás de sus dedos de uñas cortas, bien manicurazas y discretamente pintadas de rosa. Abre la boca para decir algo, la cierra, la vuelve a abrir… solo logra articular un confuso –Gracias- cuando Laura le entrega varios billetes, sujetándolo con la punta de los dedos como queriendo evitar el contacto.
-Y cómprate también un desodorante- agrega Laura sin mirarlo a los ojos.
Un incómodo silencio crece entre los dos. El cubano evita mirar el dinero, pero trata de romper el impasse haciendo las preguntas habituales en todo encuentro entre conocidos: –Eh ¿y Camila? ¿sigue estudiando? ¿y la gatica aquella… ¿era siamesa, no? ¿cómo era que se llamaba? Siempre decías que la querías más que a mí…
-Rosquita; se murió hace dos meses- dice Laura, inexpresiva –Y Camila dejó la universidad, está trabajando de modelo para Publicitur, tiene un novio mexicano, Rodrigo, es importador de maquinaria pesada, imagínate- su expresión se dulcifica un instante –Hoy mismo la voy a llamar para decirle que te vi…
-No se lo digas- suelta de repente Josué, casi para su propia sorpresa, y luego suspira –Laura, yo te quería de verdad, las cosas podían haber sido tan diferentes…
-No quiero hablar de eso- Laura mueve la mano como si se alisara un larga cabellera que hace muchos años cortó. Un gesto muy suyo que Josué recuerda perfectamente… aunque ese gran anillo de oro que ahora brilla en su anular sea por completo nuevo –Lo que se acabó se acabó. Pero me dió gusto verte, Josué… me enteré por Internet de lo tuyo y de los demás del equipo, fue una locura, pero me imagino que tú no querrás hablar tampoco de eso ¿no?- lo mira, casi amable por unos instantes- Mira, se ve que no la estás pasando bien, yo me llevo bien con la embajadora… si tú quieres, yo podría arreglar.
-Ni hablar- Josué vuelve a sonar firme, aunque ni él mismo sabe cómo –Gracias, Laura, pero para atrás ni para coger impulso… ya me las arreglaré. Al principio siempre es duro, todo el mundo lo dice, pero de algún modo los cubanos siempre salimos a flote- sonríe- si no fuéramos de corcho no habrían llegado tantos en balsa a Miami ¿no?
El capó del Audi vuelve a su posición original con sordo ruido metálico. Sin decir más, Luigi se seca las manos con un trapo de rutilante blancura, tose discretamente, da dos suaves golpes con el índice sobre la esfera de su reloj -Rolex, no puede menos que notar Josué lleno de envidia- y se sienta al volante.
-Si tú lo dices… bueno, tengo que irme, en la UNESCO nos esperan- es ahora Laura la que balbucea, incómoda - cuídate, muchacho… y no lo dudes, cualquier cosa, llámame. Adiós- dice, ya sentándose junto a su esposo, agitando ambas manos en alto en exagerada despedida… o como si quisiera evitar que Josué la tocara.
Con los billetes todavía en la mano, Josué ni siquiera atina a despedirse. Luego suspira, baja la vista, examina los rectángulos de papel coloreado… y sonríe.
¡Cojones, 50 euros! Verdad que esta mujer siempre fue espléndida. Me tenía como a un príncipe, perfume, camisas, todo; dejar que terminara conmigo fue la peor metida de pata de mi vida. Bueno, una de las peores, porque eso de quedarme aquí… en fin; baño ni baño, ni desodorante ni qué ocho cuartos… un abrigo nuevo es lo que me voy a comprar, que este ya está para los perros. Ojalá el moro no se haya ido todavía, tenía una parka de esas noruegas que hasta en el polo debe abrigar que es una gloria. Creo que pedía 25, estaba usadita, no como este ripio pero sí usadita. Y de paso me compro un par de guantes bien gordos, una bufanda y a lo mejor hasta un par de medias de lana… y si me queda algo, una botella de vino barato… ojalá tuviera ron, aunque fuera del barato, o hasta chispa´e´tren, pero estos italianos no saben beber…qué vino ni vino, qué Montalcino ni qué Chianti, donde haya un buen Havana Club se acabó el dinero…
*****
Diez de la noche en La Habana. Cuatro de la mañana en Roma, y unos tímidos copos de nieve mezclados con lluvia helada caen sobre la milenaria urbe, anunciando efímeros la llegada del invierno más frío en muchos años antes de derretirse al contacto con el asfalto de las calles que aún conserva parte del calor del raquítico sol del día.
Dando tumbos, arrastrando un mínimo y desastrado maletín, con la botella de ron casi vacía golpeando reconfortantemente dentro de su parka verdinegra al caminar, Josué se acerca a la cerca que rodea el refugio para gatos sin hogar de Largo Argentina, por segunda vez en el día.
Vengo a joderlos un rato, socitos con cola. Porque la cosa está mala y nadie más que ustedes me hace caso. No, nadie no, Laura me tiró tremendo cabo, pero me la corto antes que dejar que me siga ayudando… total, ¿llamarla? Ni me dejó su teléfono, ella tampoco quiere saber ya de mí…
Criaturas nocturnas, algunos mininos juguetean entre las piedras y ruinas, como si no les importara el frío. Sus ojos brillan como piedras preciosas cuando los faros de alguno de los escasos autos que circulan a esa hora por la Ciudad Eterna los tocan. Una gatita siamesa que aún lleva al cuello harapos de un lazo rosado incluso salta jugando a atrapar los pequeños copos de nieve antes de que finalicen su viaje tocando el suelo.
Gocen, gaticos. Seguro que a la mitad de ustedes los botaron de la casa, y eso que no debían alquiler como yo. Esa ecuatoriana cabrona… mira que decirme que si tenía dinero para un abrigo nuevo y para comprar ron tenía que pagarle por lo menos una semana de las que le debía… con razón le partí la cara, y al enano de su marido también… pero me arañó ese indio cabrón, estoy perdiendo reflejos, hace dos meses ni me hubiera tocado… cojones, qué frío
Farfullando a sottovoce[22] pingas y cojones por el penetrante frío, Josué saca la botella y la termina de un único y largo trago. Maneja el frasco de vidrio solo con la mano derecha, manteniendo la izquierda dentro del amplio bolsillo del abrigo. No lleva guantes, ni tampoco bufanda; la capucha de la parka impermeable, lustrosa de agua y cerrada hasta el último broche, apenas si deja libres sus ojos, boca y nariz, en la que brillan tres surcos irregulares, como trazados por una mano inexperta con un rotulador rojo.
Con un ademán que pretende ser enérgico como el de un solado que lanzara una bomba de mano, pero que no pasa de desmañado, el cubano arroja el recipiente vacío a los gatos.
Cojan, cabrones… ustedes también tienen la culpa. Si no fuera por aquella puñetera gata de Laura… ¡Rosquita, qué nombre!... cojones, de verdad no debí quedarme, aunque la mitad del equipo lo hiciera, ellos ya tenían contactos amarrados, pero yo creí que también, como tenía la dirección de Giovanna… otra cabrona, seguro que también tuvo gato alguna vez…
La botella cae sobre la hierba empapada de aguanieve, rueda… y no se rompe. Pero Josué siente un espasmo de fuego que le retuerce el vientre; se deja resbalar hasta que yace sobre el suelo mojado, y dos lagrimones salados y calientes se confunden con el agua fría que baña sus mejillas hirsutas.
No debí coger esa botella de ron… por lo menos tenía que haber comprado comida, o un par de guantes, o las medias de lana… tengo los pies helados ¿cómo harán los gatos para no congelarse las patas con este frío? Claro, por la mañana vienen los del Comune[23], y a los que tengan heladuras los llevan al veterinario, rico y gratis, verdad que si no están castrados todavía ahí mismo aprovechan pero… coño, ¿la policía, aquí ahora? Tengo que levantarme..
Intenta alzarse y vuelve a caer. Está totalmente borracho. Desde su posición horizontal, ve acercarse dos pares de zapatos, pero muy distintos de los resistentes borceguíes militares que usan los Carabinieri[24]. Las voces tampoco hablan en italiano.
-Está curda completo. Dale, Trenzas, levántalo, que yo le quito el abrigo.
-Los zapatos también están buenos, mulato…
-No seas hijo´e´puta, chico… ¿tú quieres matarlo de frío?
-Como si quitarle el abrigo no fuera peor.
Las manos rudas y sucias mueven el peso muerto de Josué como si de un muñeco se tratara. El trata de resistirse, patea, gruñe:
-Cojones, singaos, déjenme tranquilo, so maricones…
-Oye, Trenzas, este es cubano…
-¿Y qué, mulato? ¿escrupulitos ahora con los compatriotas? El hambre y el frío no tienen bandera….
-Coño, sí, pero mira que venir a dar con otro, con lo grande que es Roma…
-No me digas que ahora quieres dejarlo… concha´e´su madre, el muy güevón me pateó la güeva… ahora vas a ver, te parto la cresta…
La navaja brilla una y dos veces a la luz de la madrugada. Josué gime bajito.
-Mira que eres comepinga, Trenzas ¿tenías que cortar el abrigo? Estaba casi nuevo…
-Me falló la mano, apunté las dos al muslo, para cortarle la femoral, pero se movió… ah, güevón, no importa, se cose y ya. Pero ¿viste? con el filo nadie discute…
-Oye, yo creo que lo mataste… tú y tu jodío cuchillito.
-Y bueno, a veces pasa… ese corte en el estómago… ya me tiembla la mano… concha´e´su madre, hay que esconderlo, vamos a empujarlo abajo, ayúdame…
-¿Con los gatos? Se lo van a comer…
-Y bueno, hasta mejor, así no quedan pruebas… Vigila ¿no hay nadie mirando?
-Trenzas, qué va a haber a esta hora… Daaale… es tu muerto, empuja tú también, duro, por arriba de la cerca.
Josué se siente elevado por encima del pequeño parapeto de piedra, pero ya no tiene fuerzas para oponerse al propósito de sus asaltantes. Ni tampoco a la fuerza de gravedad; el mundo da vueltas, y debajo la hierba y la piedra lo reciben con una oscuridad que se traga su gemido, cuando siente como algo se quiebra en su hombro…
-Maricones… singaos…me mataron…
-Oye, mulato, tu gente es dura. Todavía está vivo ¿bajo y lo acabo?
-No seas asesino, compadre, dale, vamos echando, que ya tenemos el abrigo, no vayan a llegar los carabinieri… ese se muere esta noche, no quiero ni pensar en eso, dale.
Retorcido en una postura antinatural, Josué intenta levantarse… en vano. Dos gatos cuya curiosidad ha podido más que el recelo animal se acercan a investigar. Uno le lame la sangre que brota de su estómago y muslo apuñalados, empozándose oscura sobre la tierra helada.
Me mataron, cabrones… un cubano… y ese otro era por lo menos chileno… la miseria no cree en nadie… y ahora estos gatos me comen, coño… para ellos soy un extra, como si ya no les dieran ya bastante comida… cuando lo digo… aquí en Roma es mejor ser gato que inmigrante sin papeles y sin dinero… ay… qué frío… qué clase de frío tan cabrón…
*****
Ocho de la mañana en Roma. El camión anaranjado con las siglas SPQR[25] sobre el escudo de Roma aparca junto a Largo Argentina, sorteando con habilidad a los últimos barrenderos que ya terminan de limpiar las calles empapadas por el aguanieve de la madrugada.
Los gatos, que han aprendido a conocer a sus benefactores, se acercan maullando mimosos a los dos hombres con overoles anaranjados. Se frotan contra sus altas botas de goma, les mendigan una caricia, prueban sus garras en el grueso tejido de los monos de trabajo mientras ellos van dejando las cajas de alimento en los comederos ya establecidos del lugar…
Los netturbini[26] sonríen, disfrutan el amigable recibimiento de la población felina. Aunque no se pague extra, alimentar a los gatos de Largo Argentina es tan agradable que muchos se la disputan, así que el Comune ha establecido que sea rotativo. Hasta a los hombres más duros les alegra el día recibir un poco del cariño felino.
Como de costumbre tras una noche especialmente fría, una vez colocada la comida, los netturbini revisan todo el lugar por si algún gato no resistió la helada nocturna. Curiosos, descubren una extensa mancha de sangre… tan grande, que ningún gato podría tener tanta en su cuerpecito. Apelmazados en el líquido coagulado hay un par de viejos zapatos, un jean mugriento, una camiseta de mangas largas y ropa interior casi hecha harapos, pero ningún cuerpo.
Los dos hombres examinan todo, intrigados, y uno hasta especula malicioso si no habrá sido una vagabunda a la que sorprendió la menstruación en plena madrugada. El otro se encoge de hombros, y objeta, racional: ¿y luego se fue desnuda?
Deciden dar parte a los carabineri, en todo caso, y siguen revisando el lugar.
Pocos minutos más tarde encuentran un gato que ninguno de los dos recuerda haber visto en el lugar. Flaco, con el pelaje negruzco en largos y desastrados mechones, e increíblemente mugriento para ser miembro de una especie obsesionada con la limpieza de su piel. Por si fuera poco, grandes costras de sangre recientes cubren su pata trasera izquierda y su estómago, y tres zarpazos marcan su hocico…
Pero aún maúlla débilmente. El hombre que hiciera el comentario malicioso sobre la vagabunda con la menstruación se revela inesperadamente tierno al tomarlo entre sus manazas cubiertas con gruesos guantes y cargarlo, apretándolo protector contra su pecho, sin que le importe mancharse de sangre el overol. Casi con el mismo cuidado con el que llevaría a un niño pequeño lo conduce hasta el camión, mientras su compañero de trabajo especula que deben haber llevado la peor parte en una de las eternas riñas felinas por alguna hembra, pero que el veterinario del Comune lo arreglará, y de paso, como no lleva en la oreja el tatuaje, lo castrarán, así que podrán devolverlo a Largo Argentina, donde vivirá muy tranquilo, gordo y feliz por el resto de su gatuna existencia.


9 de octubre de 2007.


[1] Muchacha.
Todas las notas, salvo aclaración contraria, son en italiano.
[2] Parada (de transporte público)
[3] Edificio (de apartamentos)
[4] Nivel por debajo de la entrada principal, genéricamente sótano.
[5] Botines.
[6] Sweater tejido.
[7] Sándwich, bocadito.
[8] Jamón y queso.
[9] Placita, Plazoleta.
[10] Vamos, imbécil, no te des tanta lija. (bastante aproximativo)
[11] Ve a que te den por el culo, milanés estúpido (ídem)
[12] Me cago en tus muertos (abreviado, tomado de un ultracastizo insulto español)
[13] ¡Viva la Roma! ¡Milán, mierdota! (referencia a la tradicional rivalidad futbolística entre ciudades italianas)
[14] Traje femenino con chaqueta y pantalón (término francés)
[15] Tacones altos (de mujer)
[16] Luigi, él es el muchacho del que te he hablado. Fue novio de mi hija el año pasado, y después quedó como amigo de la familia. Practica taekwondo, es muy bueno dando patadas…
[17] Eh… señor Luigi, encantado… lo siento, no hablo mucho italiano ¿usted habla un poco de español, por casualidad?
[18] No, todavía no lo hablo mucho.
[19] Laura no ha tenido todavía tiempo de enseñármelo bien..
[20] He oído que ustedes los cubanos son muy buenos con los puños, en el boxeo no tienen rivales, pero ¿taekwondo? ¿no es un deporte chino? De cualquier manera, Josué, ha sido un verdadero placer conocer a un viejo amigo de Laura que no trabaje en las Naciones Unidas, pero ahora me tienes que perdonar: he oído un ruido extraño en el motor, voy a abrir el capó para revisar… hablen sin problema en español.
[21] Mendigo o punk vagabundo
[22] En voz baja.
[23] Ayuntamiento.
[24] Carabineros, uno de los cuerpos policiales italianos, militarizado.
[25] Senatus Populom et Questura Romanae (en latín, siglas de todos los servicios públicos de la antigua Roma Imperial)
[26] Basureros.

* Yoss, pseudónimo de José Miguel Sánchez Gómez (Ciudad de La Habana, 1969). Autor cubano de ciencia ficción. Entre otros ha escrito Timshel, Los pecios y los naúfragos, Se alquila un planeta o Pluma de león.

Licenciado en Ciencias Biológicas por la Universidad de La Habana en 1991. Comenzó a escribir a los quince años, con su incorporación a los Talleres Literarios. Ha obtenido varios premios: Premio de la revista Juventud Técnica, Premio David y Premio Plaza de ciencia - ficción. Premio de cuentos Ernest Hemingway, entre otros. Su amplia obra ha sido publicada en Argentina, México e Italia. Puede ser considerado el máximo exponente del ciberpunk cubano.

2 comentarios:

Osvaldo Cleger dijo...

Genial este cuento, sencillamente genial!!!!

Ivis dijo...

Como todo lo de Yoss, que es un talento. Si no lo conoces te lo recomiendo. Tiene ya varias novelas, muy buenas por cierto, de ciencia ficción, pero también tiene cuentos de humor que son para arrastrarse. Y monólogos. ¿Nunca viste el de la guagua que hacía Humoris Causa? Es suyo. Poco a poco iré poniendo, con su permiso, otras cosas suyas. Es condenadamente bueno.

 
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