lunes, 31 de diciembre de 2007

Dos cuentos de Francisca Alcover*

Los años nos definen en la costumbre de vivir


Uno se acostumbra a vivir al igual que uno se levanta cada día para cumplir con sus obligaciones laborales, sociales y familiares.
Uno se acostumbra a vivir al igual que uno se acuesta después de un largo día deambulando por la corrección y el cuidado de las formas sociales.
Un día, una visita inesperada, en esta existencia nuestra hecha a la costumbre de vivir, altera el sostenido ritmo del día a día; aparece la Desconocida, poniendo en entredicho nuestro cotidiano universo. A partir de entonces, giramos alrededor del desconcierto y ya nada será igual.

Los años nos definen en la costumbre de vivir, excepto cuando llega la visita inesperada.



Caras vacías

En un día cualquiera en cualquier ciudad, el hombre iba por la calle sintiéndose horrorizado al ver como las caras de los demás estaban vacías, completamente vacías. Rostros de cristal blanco, sin ningún rastro de humanidad; caras rígidas, inciertas, perdidas en la luz del día.
A la noche de ese mismo día, se le apareció, en su duermevela, la Gran Figura del Nuevo Orden Mundial anunciándole que su cara permanecería intacta para siempre; siendo conservada como modelo por si algún día fuera necesaria la creación, en laboratorio, de caras con rasgos humanos y también como recuerdo para las futuras generaciones de lo que en su día fue una cara humana.
A la mañana siguiente, el hombre despertó con todo el cuerpo bañado en sudor frío y aterrorizado ante aquella perspectiva decidió que no deseaba para sí tal responsabilidad ante la Historia; en aquel mismo instante, tomó su ya irrevocable decisión.
Salió a la calle, se dirigió al torrente, yermo y seco, lanzándose al vacío de manera que su cara golpeara de frente contra las piedras.
Así aquella cara, predestinada a servir como modelo en un incierto futuro, allí quedó, en el lecho de un torrente, sin rostro, sin figura y sin futuro.

* Estos cuentos han sido publicados en el número 67 de la revista La Bolsa de Pipas.

sábado, 29 de diciembre de 2007

Obra de Biote

Biote, que en la foto intenta seducir a una modelo un poco más grande que él, es un pintor cubano radicado en Mallorca desde hace casi diez años. Durante este tiempo ha desarrollado su carrera, trabajando en lo que él llama "Biotismos", como los que aparecen a continuación.

S/T


S/T

S/T
Si quieren conocer un poco más sobre este autor, pueden escribirle a su dirección de email.

viernes, 28 de diciembre de 2007

Dos sonetos de Jose Tadeo*

PONGO MI AMOR EN TI

Aunque sé que lo eterno se deshace
ante el paso sublime de la nada,
trato de hacer eterna la mirada
que como un canto de mis ojos nace.

Yo te miro, y presiento que renace,
cuando vas por mi sueño distraída
el amor, y regreso hacia la vida
como aquel que la vida lo complace.

Pongo mi amor en ti, deja que pase,
que contigo se olvide del invierno
y que siga feliz y que se case.

Que yo pondré mi triste desenlace
en un barco camino de lo eterno,
aunque sé que lo eterno se deshace.

MIENTRAS DORMÍAS

En tu fingida rosa, melodías
sembré mientras dormías, la canción
de mirarte con ojos de pasión,
y en el lecho feliz resplandecías.

Mi lengua festejaba, tú dormías
con la mente colgada en el balcón,
y unas manos, cumpliendo la misión
de ser sobre tu cuerpo los espías.

Entro y salgo danzando en humedades
y tiemblo y me pregunto si entro y salgo
en el tierno sopor de las ciudades.

Ladran perros, será porque cabalgo,
mientras vuelvo a poblar tus cavidades
sin poder preguntar si sientes algo.



Jose Tadeo Tápanes Zerquera: Nació en Trinidad, Santi Spíritus, Cuba. Comenzó a escribir versos a los 11 años. Licenciado en Historia por la Universidad de la Habana, reside en Barakaldo, Vizcaya, España.

jueves, 27 de diciembre de 2007

Obras de Miguel Aguiló*

Urogallo
La palabra frágil puede romperse en el momento antes de llegar al oído del otro.


Ull de peix (Ojo de pez)
Como se escurre un pez entre las manos...como el poema soñado y al despertar no te acuerdas.

Ull botánic (Ojo botánico)
Los delicados ojos que se ven forzados a ver lo que no desean, como los oídos junto al yunque de un herrero inexperto en el golpe.

Iron Butterfly (Mariposa de hierro)
La coincidencia de las alas de la mariposa y sus espacios vacíos crean a su vez otras alas de mariposa de forma que si una persona las mira despacio es como si volaran...todo es pura coincidencia.


* Miquel Aguilo Pallicer (Calvià, Mallorca, 1958) es autor de los blogs Maremagnum, Lo Nostro y Miquelianades. También tiene una página en Myspace.

martes, 25 de diciembre de 2007

DOMINÓ

Por Fidel Miranda Lorenzo


Durante mi convalecencia del segundo infarto, más de una vez había pasado por situaciones difíciles, pero una fue límite. Aquel día me cite con Xiomara Romero, quien era candor, dulzura, pasión y locura hasta las pestañas. La había conocido en el M-5[1]. “Luego hay quien no reconoce las virtudes de un camello[2]”. Yo vestía mi combinación más elegante, llevaba intenciones de meterme en el cine, aunque estaba dispuesto a hacer alguna conquista si la ocasión lo permitía. Eran las 7:30 de una tarde fresca de mayo. En 42 me senté a su lado, sin pensarlo dos veces saqué el revolver y quedamos en vernos el sábado siguiente en su casa a las 4:30 p.m.

La semana se me fue volando, añorando salir del slump[3] en el que estaba metido hacía meses. Deseaba ser el mismo de antes, que contra todos los pronósticos no dejaba pasar ninguna mujer sin decirle un piropo, conocerla y luego salir con ella. Por eso pensé tanto en Xiomara, cuya inocencia me había cautivado. Al llegar la encontré en el portal, recogiendo la ropa recién lavada, amenazaba lluvia. No se sorprendió al verme. Me hizo pasar, me ofreció café, conversamos de cosas sin importancia. Me llamó la atención que pese a ser tan bella viviera sola. Pronto salí de la duda, me confesó que era casada y que su esposo en esos momentos jugaba dominó en la casa vecina. Cierto es que desde mi llegada escuché el rodar de las fichas y el habitual resumen después de cada partida. “¡Mira! Ese que habló es mi esposo”. Me lo imaginé de 6 pies y 200 libras. Miré el reloj. Habían pasado 20 minutos y algo dentro de mí me aconsejó buscar el camino de salida; sin embargo, por el rumbo que ya habían tomado las cosas, deduje que no me dejaría ir tan pronto. Se sentó junto a mí, tomó mis manos y las llevó contra sus senos, así las mantuvo un rato, sin decir nada, mirándome a los ojos y clamando por mi ternura. No supe que hacer con aquello que se me atravesó en la garganta y mantenía mis manos rígidas, como sostenidas por cables de acero. Con un gran esfuerzo le propuse que se vistiera para salir juntos o de lo contrario vernos en otra ocasión. Se negó rotundamente. Lo deseaba allí y en aquel momento. Quise que la tierra me tragara, en ese instante sentí como si una fuerza descomunal me empujara contra el piso. Ya tiraba del cinto cuando caigo en la cuenta de que había desabotonado su bata. “Mira el lunar dime que te parece” [4], dicen en la mesa de juego. Justo en el lado izquierdo del talle estaba aquel bellísimo lunar. Giré la cabeza y me congelé ante la idea de que la brisa moviera la puerta entreabierta. La discusión por la data alcanzó matices insospechados: “Agarra la pelúa chico” [5], “toca mi hermano, toca” [6]. Sentí la camisa pegada a la espalda por el sudor. Un tirón más fuerte y la blancura del techo apareció ante mis ojos, traté de acomodarme nuevamente, ya con los pantalones en las rodillas, cuando arremetió contra la camisa y deshizo la botonadura. A todas estas, mis sentidos no ofrecían respuesta alguna, calma total, reposo absoluto, las fuerzas me abandonaban. Silencio en la mesa de juego, por un momento pensé que habían terminado, pero una frase cambió mi parecer: “Si das el siete, ¡me paso!” [7] Algo hizo ella que la vista se me empañó, oprimió el botón, activó mis reacciones. Recobré un poco el aliento, apenas llegué a percibir el panorama de su desnudez. Parpadeé varias veces con ánimo de ayudar y el resultado fue catastrófico. Logré tomarla por la cintura y atraerla sobre mí. Casi a ciegas recorrí su cuerpo ardiente con mis manos. La sangre acelerada se agitó en las venas. El corazón, dispuesto a no abandonarme en aquel instante, latía a toda máquina. Permanecí escuchando la situación del juego: su esposo ganaba 50 a 43. Contaba con algún tiempo a mi favor. Transcurridos unos minutos un grito repentino me alertó: “Hace rato que estoy con la púa en la mano y no me la dejas poner” [8]. El juego se había trancado. A la vez, ella clavó las uñas en mis hombros y se mordió la boca, conteniendo un grito. “Te lo dije compadre, que yo te metía este”, fue lo último que le oí decir la esposo. Ya no era dueño de mí. Me entregué a fondo, si me mataban que fuera en ese momento y no después. No podía más. Parecía que iba a estallar. Apreté los ojos para no gritar, porque ella lo acababa de hacer. Me aferré a sus caderas, disfruté del instante con su locura, me quemé con mi savia, luché tenazmente porque aquello no terminara nunca.

La calma entraba poco a poco por las hendijas de la puerta. Se levantó y fue al baño. Compuse mis ropas como pude, todavía mi jadeo vagaba por las paredes de la sala. El cielo se encapotó y los truenos hicieron su aparición. No sentía mis rodillas, busqué afanosamente las piernas y al fin comprobé que estaban en el sitio de costumbre. De regreso me trajo un vaso de agua helada. No supe si beberlo o echármelo encima. Instintivamente sintonicé el dominó: “cinco mil y más murieron” [9], aún jugaban. Mi respiración comenzaba a ser normal, la cara se me refrescaba y las tripas iban ocupando sus puestos habituales. Ya todo había pasado cuando un ciclón apareció en la sala. Con una fuerza digna de Hércules abrió la puerta, que amenazó con irse abajo por el empuje. En efecto, eran seis pies y 200 libras. Estaba parado justo en el umbral, con la claridad en las espaldas no podía verle la cara. Extraje el pañuelo para cualquier contingencia. Sobre nosotros retumbó aquella voz de toro en feria agropecuaria: “¡Xioma, tremendo juego le metí al viejo Felipe!”. Ella sonrió tímidamente, él no dijo más, me ignoró por completo, fue directo a la cocina y salió por la puerta como entró. Tan pronto pude me marché, con la promesa formal de volvernos a ver.

Al siguiente lunes visité a mi cardiólogo. Quedó maravillado por el electro, asombrado quiso saber a qué me estaba dedicando para mejorar de esa forma: “Al dominó”, le confesé, ¡me encanta ese juego! Me recomendó que no dejara de practicarlo.

No la he vuelto a ver, claro, desde entonces tampoco a mi cardiólogo. Además, sépase que nunca más he podido jugar dominó, me deprime.


Localismos:

1.-Camello: nombre popular con el que se conoce el metrobús de La Habana, creado como solución alternativa a la crisis que transitaba el trasporte público de pasajeros en la ciudad. La denominación de Camello responde a que el techo del vehículo simula las gibas de un camello del desierto y que con la imagen del mencionado animal están identificados estos vehículos en sus laterales y en la parte trasera.
2.- M-5: Una de las rutas más famosas del metrobús, la cual circula del Reparto San Agustín al Vedado.
3.- Slump: Es un término del baseball, referido al estado en que se encuentra un bateador que no conecta de hit durante muchos turnos al bate, afectando sus parámetros de rendimiento individual y al equipo para el que juega, suele originarse cuando sobre el jugador hacen efecto las presiones externas por algún suceso específico, no relacionado con la práctica del deporte.
Después del baseball, en Cuba el deporte nacional es el dominó, muy difundido por todo el territorio, se juega de diversas formas, aunque la guerra en parejas es su variante más conocida, se juega con fichas que van del doble 0 ó doble blanco hasta el doble 9. pero el placer de los cubanos es narrar, o comentar las partidas de dominó mientras se desarrollan, por eso el léxico empleado en el juego es tan rico y tan diverso, que en cada partida se pueden encontrar términos novedosos y sobre todo muy pintorescos, propios de la idiosincrasia cubana.
4.- “Mira el lunar dime que te parece”: se conoce como lunar en el dominó al número 1 (uno), por su similitud con este atributo del cuerpo humano.
5.- “Agarra la pelúa chico”: la pelúa en el dominó se le llama a fichas complicadas como el doble 9, doble 8 y doble 7, por lo difícil que en ocasiones resulta ponerlas en juego.
6.- “Toca mi hermano, toca”: En el dominó tocar es sinónimo de pasarse, por lo que la expresión en concreto significa que un jugador con su jugada conmina a su oponente a que se pase, al suponer que este no tendrá fichas para responderle.
7.- “Si das el siete, ¡me paso!”: Dar el siete es poner o mantener el número 7 en juego.
8.- “Hace rato que estoy con la púa en la mano y no me la dejas poner”: La púa también es denominativo del número 1 (uno).
9.- “cinco mil y más murieron”: Expresión que se emplea para colorear la jugada del número 5 (cinco).




Fidel de Jesús Miranda Lorenzo, nació el 17 de octubre de 1959, en Ciudad de la Habana, graduado de ingeniería en explotación del transporte en 1982 en Leningrado, actual San Petersburgo, Rusia. Actualmente trabaja en el sistema de transporte público del Aeropuerto Internacional José Martí en La Habana. De joven su inclinación por la creación literaria le hizo verse implicado en cuanto evento se desarrollaba en las escuelas donde estudió. El relato "Dominó" fue escrito a principios de los años 90.

lunes, 24 de diciembre de 2007

Los cazabrujas de Dores

Por Tonygm de Generación Asere


A Daritin le descubrieron un pintalabios en su maleta de madera.Los niños de 9no lo rodearon y enseguida pintaron su cara... luego de vestirlo a la fuerza con una saya que tomaron prestada le subieron a empujones hasta el medio de la tarima y allí mismo pidieron públicamente a los maestros - ¡Bótenlo profe! ¡Que se vaya del campamento de pioneros, por maricón!

Cuando el director desapartó a los muchachos, el dari tenía los ojos morados y la boca partida. Libre al fín, salió corriendo en medio de la confusión, como un perro apaleado que huye ciego a refugiarse... volaba entre los surcos de un tabacal y aunque algunas niñas le persiguieron al principio, aquel día él corrió más duro, fue ágil en su gordura abochornada, la viva encarnación de un torpe animal forajido en busca de guarida, huyendo a las pedradas y a los gritos de sus alevosos cazadores.

Atravesó una pangola enorme y vino a dar de pronto, justo de narices al platanal del campamento ¡Venceremos! El sudor y la hinchazón, lejos de detenerle, le daban fuerzas a su fuga, mientras corría, el día cambiaba de color, dorado, rojo, violetaazulitenso, pensó en su abuela, en mamá... en papito... -¡Ay Dios mío! No estaba apto para aguantar ese bochorno.

Un guajiro macho de la zona le avistó de repente -¿qué haces por aquí muchacho? ¡A donde tú vas carijo!

Aquello fue peor... tanta pena servía de combustible... su camisa raída poco a poco se le enredaba en el cuerpo y mientras más corrí­a por los campos, la lí­nea recta se confundí­a con el borde de ninguna parte.

La caída de la noche le sorprendió sentado entre las piedras, justo a un paso del lado más hondo en la represa. Allá se detuvo a pensar sobre las cosas de la vida... lloró bajito unos minutos y luego se perdió en el agua.

GeNeRaCiOn AsErE/tonygm

¿Por qué muchos jazzmen eran jonkis?

Otro fragmento del debate.

Presentación en Àgora


Presentación de la revista Pèl Capell en Es Pinzell


Pèl Capell presenta el seu núm. 270 al Bar Es Pinzell de Palma (Carrer Caputxines 13 - Palma, Ciutat de Mal) DIMECRES 26 de desembre 2007 (St. Esteve) a les 20:30 del capvespre. Aquest número de revista està dedicat a Andreu Vidal i conté un suplement de Blai Bonet. Val la pena!!!

I tant que val la pena!

Mos veim a n'Es Pinzell
en uns quants dies

cordialment,

Es Pinzell

Pep habla de las influencias de la música clásica en el Jazz

domingo, 23 de diciembre de 2007

Antonio Saura lee un fragmento de "El perseguidor"

Hola chicos, voy subiendo algunos vídeos de la tertulia del Jazz.

miércoles, 19 de diciembre de 2007

LOS GATOS DE LARGO ARGENTINA

Por Yoss*

Para Nancy, que me mostró el lugar. A pesar de todo.

La gatita siamesa, cuyo reciente abandono revela lo limpio del lazo de tul rosado que lleva al cuello, se adentra entre las ruinas como pisando huevos, en derroche de alerta felina. No te asustes, pequeña… huele extraño y no se parece a tu casita, pero igual será un paraíso para ti, ya verás, piensa Josué, silencioso testigo. Desconcertada por el lugar desconocido, mientras avanza la minina maúlla tentativamente, como solicitando ayuda de cualquiera.
Pero sus gordos congéneres, tendidos sobre las pétreas ruinas del lugar en vano intento de atrapar el escaso sol de la nublada mañana de domingo romano de octubre, la ignoran olímpicamente. Todo en la vida tiene un precio, pero no creo que si les hubieran dejado elegir habrían aceptado muy alegres que los caparan a cambio de tener comida y casa segura, no señor. Solo un gatazo negro se yergue ágil, interesado por el reclamo sonoro de la hembra, y se acerca saltando entre los adoquines de la Roma Imperial con trotecillo elástico. Cómo se mueve. Parece Michael Jordan o un bonsai de pantera piensa el cubano, admirado.
El gran gato negro se desliza con agilidad por encima de un par de columnas y chapiteles caídos y al llegar junto a la gatita se eriza en espectacular despliegue masculino, que parece saludar un trueno en lontananza. Mierda, ahora sí que llueve seguro, y yo sin capa ni paraguas. Y con este frío. Mierda de otoño. Siempre supe que no podían caparlos a todos. Bueno, a lo mejor como dicen que lo que hacen es esterilizarlos, no saben cuáles pueden tener gatitos y cuáles no. Está lindo ese negro cabrón… goza, felino, que hoy vas a comer bueno. Gatita de raza. Ojalá todo fuera tan fácil. A la vez solidario y resentido, Josué le dedica una pedrada veloz a la recién formada pareja felina, aunque solo después de asegurarse de que nadie lo mira.
Ya está bastante escarmentado acerca de lo intolerantes que se pueden poner los romanos con cualquiera que maltrate a los consentidos animales del famoso refugio para felinos sin hogar. Lo gordos que están todos. Qué desperdicio; si esto fuera Cuba, en una semana no quedaba ni un gato aquí y todo el barrio estaría comiendo fricasé de conejo… de azotea.
El gato esquiva el proyectil casi con elegancia y corre, alejándose prudentemente, seguido por la interesada siamesa. Comienza a llover en gotas finas, pero casi heladas. Corre, pendejo… o aprovecha la oportunidad, si era apenas un granito de arena, ni dándote en el ojo te iba a hacer más que cosquillas, se autojustifica el joven, mirando envidioso a la pareja de felinos que se ocultan entre las columnas caídas, a la vez que ante la bofetada fría de una ráfaga de viento cargada de lluvia, se arrebuja apresuradamente en su abrigo: un anorak de mujer, raído, pasado de moda y para más INRI muy pequeño para su talla.
Cojones, quién fuera gato en Roma, y más aquí en Largo Argentina. No tienen problemas con el alquiler, ni pagan calefacción, la comida gratis nunca les falta, y a cada rato viene gente a jugar con ellos y acariciarlos, incluso mujeres de esas preciosas tipo película italiana de las de antes, mujeres de esas que ni cuando estaba recién llegado y bien comido se rebajaban a dedicarme una miradita. Y si llueve y se mojan ni les da pulmonía aunque no tengan sombrilla. Qué buena vida la de los gatos. Y yo, en esta vida de perro. De perro inmigrante, además.
Suspirando y tratando de cubrirse los largos y grasientos cabellos con la capucha del vetusto anorak, el ex taekwondoka sube los escalones hasta el nivel de la calle, y la cruza hacia el andén de Largo Argentina, donde ya varias decenas de personas bien abrigadas, muchas repentinamente transformadas en hongos policromos por la magia de las sombrillas abiertas, se mueven inquietas tratando a la vez de no mojarse y entrar en calor en lo que llega el tranvía, que justo ahora está dando la vuelta pocos metros más allá. Pinga, qué frío. No sé cómo en las películas los romanos siempre andaban con esas sayitas cortas de cuero, en sandalias y con las piernas al aire. Será porque entre octubre y febrero no salían de sus casas a conquistar tribus extrañas y se quedaban calenticos al lado de la chimenea…
Moviéndose alrededor de la masa humana, como tiburones que rondaran un cardumen de peces, hay varios vendedores callejeros. Chinos que ofrecen insistentes en su pésimo italiano sus baratas y poco duraderas sombrillas, aprovechando la circunstancia de la lluvia. Siempre sonríen. También sonríen las chinas, que pasan con sus bandejas cargadas de fosforeras con perfil de mujer, gatitos de peluche que caminan con baterías, lámparas de filamentos plásticos flexibles y cuánta chuchería del todo inútil pero colorida y llamativa pueda imaginarse. Los que no sonríen, paradójicamente, son los músicos ambulantes, mayormente gitanos de Europa del Este, pero en todo caso fácilmente reconocibles por sus ajadas ropas y maltratados instrumentos, así como por el clásico vaso de cartón de Coca-Cola de Mc Donald en el que recogen sus ganancias.
Chinos y gitanos, si cuando yo lo digo, en esta ciudad todo está inventado, debe haber un sindicato de vendedores de sombrillas y otro de músicos de tranvía, por países, si me metiera a tocar una tumbadora aquí seguro que uno de esos rumanos acababa dándome una puñalada, y de todos modos, primero tendría que conseguir la tumbadora. Y hasta el vaso de Coca-Cola… ya hace como dos semanas que no tengo dinero ni para Mc Donald… tanto que lo critican esta gente y cada vez que van no dejan ni miguitas de la Jumbo Burguer..
Con una insistencia que roza la desesperación, Josué busca una a una las miradas de los que esperan el transporte público. Pero todos evitan el contacto visual como el diablo al agua bendita. Coño, no sean paranoicos, romanos de mierda, no los voy a asaltar, ni siquiera a pedirles limosna, lo único que quiero es que me miren, aunque sea para saber que todavía existo, que ya hay días en que solo me lo creo cuando me miro en un espejo, y a veces ni eso.
Llega el tranvía y todos lo abordan forcejeando en silencioso desorden, pero sin olvidar ni siquiera así timbrar cívicamente los pasajes. Solo Josué, los chinos y los gitanos evaden tranquilamente el procedimiento. Como en Cuba, sálvese el que pueda, pero calladitos para parecer educados. Que me cojan a mí comprando un boleto, ja, y menos sin ningún revisor a la vista. Multa ni multa; si en La Habana usaran ese sistema Ómnibus Urbanos iba a la ruina en una semana. Total si nada más que voy hasta Porta Portese…con un poquito de suerte hay algo de trabajo, consigo un almuerzo y hasta algunos euros…
Muchos de los viajeros matutinos del tranvía llevan grandes bolsas, reveladoras de que el objetivo de su salida es el célebre mercado romano de lo usado y lo barato que desde hace siglos se celebra cada domingo. Hombres y mujeres de mediana edad, familias de inmigrantes con hijos, todos cuchicheando alegres mientras evitan cuidadosamente acercarse a Josué, a los vendedores chinos y a los músicos gitanos por igual. Qué bueno sería tener suficiente dinero aunque fuera para ir una vez al mes a Porta Portese. Y no a cargar cajas y sacos de mercancía usada, sino a comprar algo, como hacíamos Giovanna y yo cada domingo. A ver ¿qué hora es? Las 10, todavía no debe haber salido, si es que no ha cambiado de costumbres. Creo que, pensándolo bien, voy a hacerle la visita a la ragazza[1]
Josué deja que la mayor parte de los pasajeros desciendan en la fermata[2] tras el Ponte Garibaldi, y continúa en el tranvía. Su nuevo destino es la Stazione Trastevere, un par de kilómetros más allá. Giovanna, coño, mira que me gustaba al principio, cuando la conocí en Cuba, con esa elegancia, siempre en minifalda y tacones, y esas tetazas tan a la vista con esos escotes que le gusta usar siempre, aunque estuviera planchá por la retaguardia y tuviera esa narizota larga de mig-23. Además, hasta templaba bastante bien… para no ser cubana. Pero eran sobre todo ese olor de europea bien comida, ese melena negra siempre tan lacia y esa piel bien tratada con cremas y lociones lo que me volvía loco.
Por primera vez en varios días, sonríe, recordando. Varios viajeros se alejan aún más de él, por si acaso. Roma está llena de locos reambulantes y no todos son inofensivos. Y yo la volvía loca también, bien que me lo decía que nunca se había venido tanto, que ningún italiano nunca le había dado tanta cabilla. Llegamos a echar cinco en un día… fue aquel fin de semana que me invitó a Varadero. Qué va, eso no se borra así como así, a las mujeres lo que hay que darles es pinga y disgustos, ya lo decía mi abuelo. Esa perra narizona me dijo que no quería nada más con vagos machistas extracomunitarios como yo, y que me perdiera de su vida, pero eso fue hace dos semanas, todo por no querer fregar, era síndrome premenstrual, a lo mejor si me le aparezco ahora resulta que ha estado lamentándolo todo este tiempo, y que ya se le ha olvidado lo malo y le vuelve la picazón, y acabamos templando otra vez hasta que se le pele y hasta le dé cistitis, como cuando llegué de Cuba hace tres meses…
Siempre arrebujado en el viejo anorak que la lluvia ya empieza a empapar, el joven ex deportista cubano toma por una de las laterales a Viale Trastevere, alejándose de la fermata del tran, y al llegar frente a un palazzo[3] casi indistinguible de los demás baja unos diez escalones hasta el sottosolo[4]… pero cuando va a acercarse al citófono ve algo que lo obliga a esconderse tras un columna.
Segundos después una pareja que se besa sube riendo las escaleras y pasa junto a él, sin verlo. La mujer es alta, desgarbada, de melena trigueña y pronunciada nariz, calza stivaletti[5] altos de exagerado tacón que sin embargo maneja cómodamente, y una minifalda tan corta que si no fuera por sus medias negras de apretada malla probablemente dejaría ver su sexo. Un grueso maglione[6] de lana, también negro, impide averiguar si la prenda que viste debajo es o no escotada. El hombre es un negro enorme, vestido con colores vivos y con largos dredlocks de rastafari.
Josué aprieta los puños viéndolos alejarse bajo la lluvia. Italiana cabrona ¿así que no querías nada más con vagos tercemundistas? Si ese negro no es por lo menos de Senegal yo soy chino. Coño, si lo que debería es armarte un escándalo y caerte a galletas, al buen estilo del Cerro… pero el negrón está grande y fuerte, si se metía iba a tener que darle un par de patadas y ya el mes pasado estuve tres días en el calabozo por abuso de fuerza, abuso ni abuso, si el ruso ese era una montaña, peor para él si me quiso quitar ese trabajo cuando no sabía taekwondo y yo sí… en fin, parece que con la Giovanna la cosa se jodió de verdad. Cuando una europea prueba a los negros, ya no hay nada que hacer, si lo sabré yo: la mitad del equipo se quedó el año pasado en España a costa de esa historia. Mejor voy a Porta Portese a ver si todavía queda algo que cargar a esta hora.
*****
A media tarde, a la intemperie en mangas de camisa y tiritando de frío, aunque muerda con apetito carnívoro un gran panino[7] de salame e formaggio[8] tan ajado que parece haber sido atropellado por un tanque, Josué se siente intensamente miserable. Le duele cada músculo el cuerpo, como cuando entrenaba todo el día para una competencia, pero esta vez no es el casi agradable agotamiento del deporte, sino el cansancio embrutecedor del trabajo. Pero no se atreve a cerrar los ojos; hay gitanos cerca. Con la esperanza de que el aire caliente se lo seque, ha colgado su abrigo empapado sobre la salida de aire caliente del bar de la piazzeta[9] de la estatua de Ippolito Nievo… y lo último que necesita es que se lo roben, sobre todo ahora que el invierno ya toca a las puertas de la Ciudad Eterna.
Esos gitanos son la pata del diablo, peores que Sandokán: él era el Tigre de la Malasia, ellos los Tigres de la Malicia. Y el marroquí del puesto de ropa de invierno usada vale él solo por los 40 ladrones de Alí Babá. Cargué más cajas que un camello, por poco me deslomo… y ni un euro me dio el moro cabrón. Solo para comer… bueno, un panino es mejor que nada, aunque sepa a plástico. Ningún italiano se atrevería a hincarle el diente. Cojones, qué bien me vendría ahora un plato de congrís con carne ripiada, aguacate y tostones como aquellos con los que me esperaba mi madre cuando regresaba los viernes del Cerro Pelado. ¿Cómo estará la vieja? Cuando consiga dinero tengo que llamarla desde un locutorio de esos de filipinos aunque sea cinco minutos. Coño, esta mala racha que no tiene para cuando lacar, y con lo caras que están las telefoneadas a Cuba... ya hace un mes que no sabe de mí, debe tener una angustia… aunque, total, para oír la descarga de siempre, que me volví loco, que la Revolución me lo daba todo y que no debí quedarme, sobre todo no sin tenerlo todo amarrado, que todavía estoy a tiempo, que vaya a la embajada, mejor ni la llamo. ¿Regresar? Ni loco. La Revolución: salud y educación gratis: ¿y si uno nunca se enferma y ya terminó de estudiar? Yo quiero la oportunidad, aunque sea al precio de un par de meses aguantando esto. Mucha gente que ahora son grandes pasó trabajo como yo. Willy Chirino cargó sacos de cemento en Miami. Qué va, mejor pordiosero aquí que constructor en Alamar…
-¿Josué?- dice a sus espaldas y en español una voz femenina no muy convencida -¿Josué, eres tú? –repite, ya con una insistencia imposible de ignorar
El ex deportista cubano se vira casi rápido, sin demasiadas esperanzas de que sea con él y menos que sea algo bueno, pero aún así encantado de poder hablar español con alguien.
Tarda un par de segundos en ubicar la voz. Desde la ventanilla de un aerodinámico Audi azul marino con vidrios calobares y placas de Milán, una mujer elegante de pelo corto y con gafas oscuras lo observa con expresión inescrutable. No le parece conocida…
-Sí, yo soy Josué, ¿qué se le ofrece?- empieza a decir, con desgana, hasta que ella se quita las gafas con una gran sonrisa -¡Laura, cojones!- aúlla de alegría entonces -¿Pero qué tú haces aquí, chica?- confianzudo, se acerca al lujoso auto alemán y se apoya en la ventanilla abierta, sonriendo –Mujer ¡qué alegría me da verte! ¿Tienes tiempo? Estoy loco por hablar algo que no sea el cabrón italiano…
Ya ponen la luz verde, y los autos detrás del Audi, quizás envidiosos de su categoría de berlina de lujo, comienzan un verdadero concierto de claxons impacientes. Los conductores romanos son mundialmente famosos por su intolerancia y eterna prisa. Algunos incluso ya directamente gritan los clásicos ¡Vai, stronzo, alla grande![10] ¡Ba´ffa´n´culo, milanese coglione![11] o hasta el resentido y provinciano ¡I mortacci tuoi![12] y el deportivo-chovinista ¡Viva la Roma! ¡Milan, mierdaccia![13]
La mujer se vuelve hacia el invisible conductor del auto y le dice algo inaudible en un idioma que no suena a español ni italiano. Luego se dirige de nuevo a Josué, lo mira de arriba abajo, arruga la nariz, suspira y acepta: -Bueno, está bien, podemos arrimarnos un momentito… pero va a tener que ser rápido. Estamos apurados, nos esperan en una reunión.
Josué sigue con la vista el lento, mayestático desplazamiento de la lujosa carrocería germana hasta el cercano parqueo, y hasta se permite una pequeña pausa; no solo para terminar de devorar las últimas migajas del panino, sino sobre todo para disfrutar el modo en que Laura desciende del auto, con los gestos exactos y confiados de la mujer que, aunque ya bien entrada en los cuarenta, todavía se sabe dueña de una belleza que hace volver la vista a los hombres en la calle.
El macilento ex taekwondoka se empapa las pupilas de la sobria elegancia de su tailleur[14] bien cortado, de su delicado pero seguro equilibrio en lo alto de los stiletti[15] que asoman de las anchas perneras del pantalón de seda azul, casi el mismo azul marino del barniz del Audi. Goza hasta el distinguir las pequeñas arrugas que ya comienzan a orlar sus grandes, preciosos ojos café, y su boca grande y jugosa que no por sensual deja de ser distinguida.
El mundo es un pañuelo, y todos los caminos llevan a Roma: Laura, temba linda, burguesita buenota de Nuevo Vedado, tan señora de día y tan putona de noche, quién me lo iba a decir, verdad que ella trabaja en algo de la ONU, se pasa la vida viajando, y aquí en Roma hay miles de funcionarios de esos, pero ¡con lo grande que es esta ciudad! Dios, nunca he creído en ti, pero si existes, gracias: te debo una. Esta sí que me va a ayudar, no puede ser tan cabrona como la perra de Giovanna. Somos cubanos ¿no? y además no puede haberse olvidado de lo bien que la pasamos juntos… si la hija no se hubiera puesto tan farruca a lo mejor hasta todavía estaríamos, chiquilla celosa, total, si ya lo mío con ella se había acabado, y bien que me gozó en su momento ¿qué más le daba que su madre se divirtiera conmigo?
Sonriendo, el joven cubano se limpia los labios con la lengua, frota las manos en su mugriento jean que una vez fue azul… y se queda congelado cuando descubre, delante del Audi azul marino y detrás de la azul marino Laura, la sombra azul marino de un hombre. Alto, con una obesidad incipiente que el impecable corte del traje logra disfrazar de corpulencia, pero que delatan su rostro de abultados carrillos y el esbozo de papada. Es rubio y de ojos azules, aunque ya no azul marino, sino simplemente azul cielo… azul advertencia, azul “esta mujer es mía” que subraya su mano grande y regordeta posesivamente apoyada sobre el hombro de la cubana.
Cojones, por eso decía “nos esperan en una reunión” ¿Laura también se está jamando a un italiano? Se ve que tiene dinero, y es más joven que ella… quién se lo iba a imaginar, las vueltas que da la vida.
Laura se adelanta a otro pensamiento o comentario de su compatriota: -Hola, Josué, te presento a Luigi, de Milán, es funcionario aquí en la FAO, y nos casamos el mes pasado- y cambiando velozmente de lengua, explica: –Luigi, e lui il ragazzo de chi ti ho parlato. Fu fidanzato della mia figlia l´anno scorso, e dopo e rimasto come amico della famiglia. Facce taekwondo, e molto bravo dando calci…[16]
Josué, que ya entiende el idioma de Dante, pero que todavía no se siente ni mucho menos cómodo hablándolo, balbucea: -eh… signore Lugi, incantato… mi dispiace… no parlo molto italiano ¿lei parla un pocchino di spagnolo, per caso?[17]
-No, ancora non lo parlo molto[18]- la voz del corpulento milanés pretende sonar afable, pero desmintiendo la tradicional bonhomía de los gordos, bajo cada palabra vibra el acero de la hostilidad de macho alfa que no permitirá ninguna amenaza a su posesión absoluta de la hembra codiciada. Luego sonríe, un gesto humano en el que aún pueden captarse rastros de su valor original entre las fieras: mostrar los dientes –Laura non ha avuto ancora tempo de insegnarmelo bene…[19]- subrayado con otra sonrisa predadora, pero también de complicidad masculina, como para que quede bien claro en qué han invertido todo ese tiempo perdido para las clases de idiomas -Ho sentito che voi cubani siete molto bravi a fare a pugni, nel box non avete rivali, ma ¿taekwondo? ¿non e uno sport cinese? Comunche, Josué, e stato un vero piacere conoccere a un vecchio amico de Laura che non lavore alle Nazione Unite, ma adesso mi devi scusare: ho sentito un rumore strano nel motore, vado ad aprire il coffano per controllare… parlate pure in spagnolo.[20]
Y sin más, levanta el capó del enorme coche, como una virtual barrera entre él y los dos habaneros. Josué aprovecha el instante, hablando rápido y a media voz.
-Coño, mamita ¿de verdad te casaste con el gordito ese? Qué imbécil: el taekwondo es coreano, no chino. Quién me lo iba a decir, la que se llenaba la boca para decir que lo que no entraba por los ojos… ¿es rico, no? ¿y cuándo lo conociste ¿la semana pasada?
-Hace seis meses que estamos juntos, es funcionario de la ONU, su familia tiene fábricas en Milano… Josué, no vayas a armar una escena- advierte informa Laura, sin dejar de mirar a su antiguo amante de arriba abajo. Al final, muy suavemente, casi susurrando, agrega mirándolo a los ojos: -Oye ¿necesitas dinero? ¿Dónde te estás quedando?
-Eh… alquilo en casa de una ecua-ecuatoriana- tartamudea el cubano, tomado por sorpresa –el cuarto es chiquitico, casi un closet, pero la cosa está dura, ya tú sabes.
-¿Tienes trabajo? En la sede de la FAO buscan jardineros, no sé si sabes arreglártelas con el césped inglés, pero no es tan duro, y si yo te recomiendo, a lo mejor…- insiste Laura, mirando de reojo a su esposo, que resopla bajo el capó levantado, azul marino bajo azul marino.
-No gracias; estoy cargando cajas para los vendedores de ropa aquí en Porta Portese- trata de sonar orgulloso Josué sin lograrlo del todo –Trabajo toda la noche, de sábado para domingo, y me da para pagarme el cuartito, algo de comida, ya sabes…
-Pues deberías pagarte un baño también, de vez en cuando. Apestas como un barbone[21]- dice aún Laura, muy seria, y con un gesto casi de prestidigitador, saca una billetera de hombre del bolsillo interior de su chaqueta y hurga entre los papeles de distintos colores y denominaciones.
A Josué casi se le van los ojos detrás de sus dedos de uñas cortas, bien manicurazas y discretamente pintadas de rosa. Abre la boca para decir algo, la cierra, la vuelve a abrir… solo logra articular un confuso –Gracias- cuando Laura le entrega varios billetes, sujetándolo con la punta de los dedos como queriendo evitar el contacto.
-Y cómprate también un desodorante- agrega Laura sin mirarlo a los ojos.
Un incómodo silencio crece entre los dos. El cubano evita mirar el dinero, pero trata de romper el impasse haciendo las preguntas habituales en todo encuentro entre conocidos: –Eh ¿y Camila? ¿sigue estudiando? ¿y la gatica aquella… ¿era siamesa, no? ¿cómo era que se llamaba? Siempre decías que la querías más que a mí…
-Rosquita; se murió hace dos meses- dice Laura, inexpresiva –Y Camila dejó la universidad, está trabajando de modelo para Publicitur, tiene un novio mexicano, Rodrigo, es importador de maquinaria pesada, imagínate- su expresión se dulcifica un instante –Hoy mismo la voy a llamar para decirle que te vi…
-No se lo digas- suelta de repente Josué, casi para su propia sorpresa, y luego suspira –Laura, yo te quería de verdad, las cosas podían haber sido tan diferentes…
-No quiero hablar de eso- Laura mueve la mano como si se alisara un larga cabellera que hace muchos años cortó. Un gesto muy suyo que Josué recuerda perfectamente… aunque ese gran anillo de oro que ahora brilla en su anular sea por completo nuevo –Lo que se acabó se acabó. Pero me dió gusto verte, Josué… me enteré por Internet de lo tuyo y de los demás del equipo, fue una locura, pero me imagino que tú no querrás hablar tampoco de eso ¿no?- lo mira, casi amable por unos instantes- Mira, se ve que no la estás pasando bien, yo me llevo bien con la embajadora… si tú quieres, yo podría arreglar.
-Ni hablar- Josué vuelve a sonar firme, aunque ni él mismo sabe cómo –Gracias, Laura, pero para atrás ni para coger impulso… ya me las arreglaré. Al principio siempre es duro, todo el mundo lo dice, pero de algún modo los cubanos siempre salimos a flote- sonríe- si no fuéramos de corcho no habrían llegado tantos en balsa a Miami ¿no?
El capó del Audi vuelve a su posición original con sordo ruido metálico. Sin decir más, Luigi se seca las manos con un trapo de rutilante blancura, tose discretamente, da dos suaves golpes con el índice sobre la esfera de su reloj -Rolex, no puede menos que notar Josué lleno de envidia- y se sienta al volante.
-Si tú lo dices… bueno, tengo que irme, en la UNESCO nos esperan- es ahora Laura la que balbucea, incómoda - cuídate, muchacho… y no lo dudes, cualquier cosa, llámame. Adiós- dice, ya sentándose junto a su esposo, agitando ambas manos en alto en exagerada despedida… o como si quisiera evitar que Josué la tocara.
Con los billetes todavía en la mano, Josué ni siquiera atina a despedirse. Luego suspira, baja la vista, examina los rectángulos de papel coloreado… y sonríe.
¡Cojones, 50 euros! Verdad que esta mujer siempre fue espléndida. Me tenía como a un príncipe, perfume, camisas, todo; dejar que terminara conmigo fue la peor metida de pata de mi vida. Bueno, una de las peores, porque eso de quedarme aquí… en fin; baño ni baño, ni desodorante ni qué ocho cuartos… un abrigo nuevo es lo que me voy a comprar, que este ya está para los perros. Ojalá el moro no se haya ido todavía, tenía una parka de esas noruegas que hasta en el polo debe abrigar que es una gloria. Creo que pedía 25, estaba usadita, no como este ripio pero sí usadita. Y de paso me compro un par de guantes bien gordos, una bufanda y a lo mejor hasta un par de medias de lana… y si me queda algo, una botella de vino barato… ojalá tuviera ron, aunque fuera del barato, o hasta chispa´e´tren, pero estos italianos no saben beber…qué vino ni vino, qué Montalcino ni qué Chianti, donde haya un buen Havana Club se acabó el dinero…
*****
Diez de la noche en La Habana. Cuatro de la mañana en Roma, y unos tímidos copos de nieve mezclados con lluvia helada caen sobre la milenaria urbe, anunciando efímeros la llegada del invierno más frío en muchos años antes de derretirse al contacto con el asfalto de las calles que aún conserva parte del calor del raquítico sol del día.
Dando tumbos, arrastrando un mínimo y desastrado maletín, con la botella de ron casi vacía golpeando reconfortantemente dentro de su parka verdinegra al caminar, Josué se acerca a la cerca que rodea el refugio para gatos sin hogar de Largo Argentina, por segunda vez en el día.
Vengo a joderlos un rato, socitos con cola. Porque la cosa está mala y nadie más que ustedes me hace caso. No, nadie no, Laura me tiró tremendo cabo, pero me la corto antes que dejar que me siga ayudando… total, ¿llamarla? Ni me dejó su teléfono, ella tampoco quiere saber ya de mí…
Criaturas nocturnas, algunos mininos juguetean entre las piedras y ruinas, como si no les importara el frío. Sus ojos brillan como piedras preciosas cuando los faros de alguno de los escasos autos que circulan a esa hora por la Ciudad Eterna los tocan. Una gatita siamesa que aún lleva al cuello harapos de un lazo rosado incluso salta jugando a atrapar los pequeños copos de nieve antes de que finalicen su viaje tocando el suelo.
Gocen, gaticos. Seguro que a la mitad de ustedes los botaron de la casa, y eso que no debían alquiler como yo. Esa ecuatoriana cabrona… mira que decirme que si tenía dinero para un abrigo nuevo y para comprar ron tenía que pagarle por lo menos una semana de las que le debía… con razón le partí la cara, y al enano de su marido también… pero me arañó ese indio cabrón, estoy perdiendo reflejos, hace dos meses ni me hubiera tocado… cojones, qué frío
Farfullando a sottovoce[22] pingas y cojones por el penetrante frío, Josué saca la botella y la termina de un único y largo trago. Maneja el frasco de vidrio solo con la mano derecha, manteniendo la izquierda dentro del amplio bolsillo del abrigo. No lleva guantes, ni tampoco bufanda; la capucha de la parka impermeable, lustrosa de agua y cerrada hasta el último broche, apenas si deja libres sus ojos, boca y nariz, en la que brillan tres surcos irregulares, como trazados por una mano inexperta con un rotulador rojo.
Con un ademán que pretende ser enérgico como el de un solado que lanzara una bomba de mano, pero que no pasa de desmañado, el cubano arroja el recipiente vacío a los gatos.
Cojan, cabrones… ustedes también tienen la culpa. Si no fuera por aquella puñetera gata de Laura… ¡Rosquita, qué nombre!... cojones, de verdad no debí quedarme, aunque la mitad del equipo lo hiciera, ellos ya tenían contactos amarrados, pero yo creí que también, como tenía la dirección de Giovanna… otra cabrona, seguro que también tuvo gato alguna vez…
La botella cae sobre la hierba empapada de aguanieve, rueda… y no se rompe. Pero Josué siente un espasmo de fuego que le retuerce el vientre; se deja resbalar hasta que yace sobre el suelo mojado, y dos lagrimones salados y calientes se confunden con el agua fría que baña sus mejillas hirsutas.
No debí coger esa botella de ron… por lo menos tenía que haber comprado comida, o un par de guantes, o las medias de lana… tengo los pies helados ¿cómo harán los gatos para no congelarse las patas con este frío? Claro, por la mañana vienen los del Comune[23], y a los que tengan heladuras los llevan al veterinario, rico y gratis, verdad que si no están castrados todavía ahí mismo aprovechan pero… coño, ¿la policía, aquí ahora? Tengo que levantarme..
Intenta alzarse y vuelve a caer. Está totalmente borracho. Desde su posición horizontal, ve acercarse dos pares de zapatos, pero muy distintos de los resistentes borceguíes militares que usan los Carabinieri[24]. Las voces tampoco hablan en italiano.
-Está curda completo. Dale, Trenzas, levántalo, que yo le quito el abrigo.
-Los zapatos también están buenos, mulato…
-No seas hijo´e´puta, chico… ¿tú quieres matarlo de frío?
-Como si quitarle el abrigo no fuera peor.
Las manos rudas y sucias mueven el peso muerto de Josué como si de un muñeco se tratara. El trata de resistirse, patea, gruñe:
-Cojones, singaos, déjenme tranquilo, so maricones…
-Oye, Trenzas, este es cubano…
-¿Y qué, mulato? ¿escrupulitos ahora con los compatriotas? El hambre y el frío no tienen bandera….
-Coño, sí, pero mira que venir a dar con otro, con lo grande que es Roma…
-No me digas que ahora quieres dejarlo… concha´e´su madre, el muy güevón me pateó la güeva… ahora vas a ver, te parto la cresta…
La navaja brilla una y dos veces a la luz de la madrugada. Josué gime bajito.
-Mira que eres comepinga, Trenzas ¿tenías que cortar el abrigo? Estaba casi nuevo…
-Me falló la mano, apunté las dos al muslo, para cortarle la femoral, pero se movió… ah, güevón, no importa, se cose y ya. Pero ¿viste? con el filo nadie discute…
-Oye, yo creo que lo mataste… tú y tu jodío cuchillito.
-Y bueno, a veces pasa… ese corte en el estómago… ya me tiembla la mano… concha´e´su madre, hay que esconderlo, vamos a empujarlo abajo, ayúdame…
-¿Con los gatos? Se lo van a comer…
-Y bueno, hasta mejor, así no quedan pruebas… Vigila ¿no hay nadie mirando?
-Trenzas, qué va a haber a esta hora… Daaale… es tu muerto, empuja tú también, duro, por arriba de la cerca.
Josué se siente elevado por encima del pequeño parapeto de piedra, pero ya no tiene fuerzas para oponerse al propósito de sus asaltantes. Ni tampoco a la fuerza de gravedad; el mundo da vueltas, y debajo la hierba y la piedra lo reciben con una oscuridad que se traga su gemido, cuando siente como algo se quiebra en su hombro…
-Maricones… singaos…me mataron…
-Oye, mulato, tu gente es dura. Todavía está vivo ¿bajo y lo acabo?
-No seas asesino, compadre, dale, vamos echando, que ya tenemos el abrigo, no vayan a llegar los carabinieri… ese se muere esta noche, no quiero ni pensar en eso, dale.
Retorcido en una postura antinatural, Josué intenta levantarse… en vano. Dos gatos cuya curiosidad ha podido más que el recelo animal se acercan a investigar. Uno le lame la sangre que brota de su estómago y muslo apuñalados, empozándose oscura sobre la tierra helada.
Me mataron, cabrones… un cubano… y ese otro era por lo menos chileno… la miseria no cree en nadie… y ahora estos gatos me comen, coño… para ellos soy un extra, como si ya no les dieran ya bastante comida… cuando lo digo… aquí en Roma es mejor ser gato que inmigrante sin papeles y sin dinero… ay… qué frío… qué clase de frío tan cabrón…
*****
Ocho de la mañana en Roma. El camión anaranjado con las siglas SPQR[25] sobre el escudo de Roma aparca junto a Largo Argentina, sorteando con habilidad a los últimos barrenderos que ya terminan de limpiar las calles empapadas por el aguanieve de la madrugada.
Los gatos, que han aprendido a conocer a sus benefactores, se acercan maullando mimosos a los dos hombres con overoles anaranjados. Se frotan contra sus altas botas de goma, les mendigan una caricia, prueban sus garras en el grueso tejido de los monos de trabajo mientras ellos van dejando las cajas de alimento en los comederos ya establecidos del lugar…
Los netturbini[26] sonríen, disfrutan el amigable recibimiento de la población felina. Aunque no se pague extra, alimentar a los gatos de Largo Argentina es tan agradable que muchos se la disputan, así que el Comune ha establecido que sea rotativo. Hasta a los hombres más duros les alegra el día recibir un poco del cariño felino.
Como de costumbre tras una noche especialmente fría, una vez colocada la comida, los netturbini revisan todo el lugar por si algún gato no resistió la helada nocturna. Curiosos, descubren una extensa mancha de sangre… tan grande, que ningún gato podría tener tanta en su cuerpecito. Apelmazados en el líquido coagulado hay un par de viejos zapatos, un jean mugriento, una camiseta de mangas largas y ropa interior casi hecha harapos, pero ningún cuerpo.
Los dos hombres examinan todo, intrigados, y uno hasta especula malicioso si no habrá sido una vagabunda a la que sorprendió la menstruación en plena madrugada. El otro se encoge de hombros, y objeta, racional: ¿y luego se fue desnuda?
Deciden dar parte a los carabineri, en todo caso, y siguen revisando el lugar.
Pocos minutos más tarde encuentran un gato que ninguno de los dos recuerda haber visto en el lugar. Flaco, con el pelaje negruzco en largos y desastrados mechones, e increíblemente mugriento para ser miembro de una especie obsesionada con la limpieza de su piel. Por si fuera poco, grandes costras de sangre recientes cubren su pata trasera izquierda y su estómago, y tres zarpazos marcan su hocico…
Pero aún maúlla débilmente. El hombre que hiciera el comentario malicioso sobre la vagabunda con la menstruación se revela inesperadamente tierno al tomarlo entre sus manazas cubiertas con gruesos guantes y cargarlo, apretándolo protector contra su pecho, sin que le importe mancharse de sangre el overol. Casi con el mismo cuidado con el que llevaría a un niño pequeño lo conduce hasta el camión, mientras su compañero de trabajo especula que deben haber llevado la peor parte en una de las eternas riñas felinas por alguna hembra, pero que el veterinario del Comune lo arreglará, y de paso, como no lleva en la oreja el tatuaje, lo castrarán, así que podrán devolverlo a Largo Argentina, donde vivirá muy tranquilo, gordo y feliz por el resto de su gatuna existencia.


9 de octubre de 2007.


[1] Muchacha.
Todas las notas, salvo aclaración contraria, son en italiano.
[2] Parada (de transporte público)
[3] Edificio (de apartamentos)
[4] Nivel por debajo de la entrada principal, genéricamente sótano.
[5] Botines.
[6] Sweater tejido.
[7] Sándwich, bocadito.
[8] Jamón y queso.
[9] Placita, Plazoleta.
[10] Vamos, imbécil, no te des tanta lija. (bastante aproximativo)
[11] Ve a que te den por el culo, milanés estúpido (ídem)
[12] Me cago en tus muertos (abreviado, tomado de un ultracastizo insulto español)
[13] ¡Viva la Roma! ¡Milán, mierdota! (referencia a la tradicional rivalidad futbolística entre ciudades italianas)
[14] Traje femenino con chaqueta y pantalón (término francés)
[15] Tacones altos (de mujer)
[16] Luigi, él es el muchacho del que te he hablado. Fue novio de mi hija el año pasado, y después quedó como amigo de la familia. Practica taekwondo, es muy bueno dando patadas…
[17] Eh… señor Luigi, encantado… lo siento, no hablo mucho italiano ¿usted habla un poco de español, por casualidad?
[18] No, todavía no lo hablo mucho.
[19] Laura no ha tenido todavía tiempo de enseñármelo bien..
[20] He oído que ustedes los cubanos son muy buenos con los puños, en el boxeo no tienen rivales, pero ¿taekwondo? ¿no es un deporte chino? De cualquier manera, Josué, ha sido un verdadero placer conocer a un viejo amigo de Laura que no trabaje en las Naciones Unidas, pero ahora me tienes que perdonar: he oído un ruido extraño en el motor, voy a abrir el capó para revisar… hablen sin problema en español.
[21] Mendigo o punk vagabundo
[22] En voz baja.
[23] Ayuntamiento.
[24] Carabineros, uno de los cuerpos policiales italianos, militarizado.
[25] Senatus Populom et Questura Romanae (en latín, siglas de todos los servicios públicos de la antigua Roma Imperial)
[26] Basureros.

* Yoss, pseudónimo de José Miguel Sánchez Gómez (Ciudad de La Habana, 1969). Autor cubano de ciencia ficción. Entre otros ha escrito Timshel, Los pecios y los naúfragos, Se alquila un planeta o Pluma de león.

Licenciado en Ciencias Biológicas por la Universidad de La Habana en 1991. Comenzó a escribir a los quince años, con su incorporación a los Talleres Literarios. Ha obtenido varios premios: Premio de la revista Juventud Técnica, Premio David y Premio Plaza de ciencia - ficción. Premio de cuentos Ernest Hemingway, entre otros. Su amplia obra ha sido publicada en Argentina, México e Italia. Puede ser considerado el máximo exponente del ciberpunk cubano.

La ética de la seducción. Homenaje a Albert Camus - Por Medea

Hola chicos:

Ante el llamado de auxilio que hice hace unos días, han comenzado a llegar las colaboraciones de amigos de aquí y de allá que nos han enviado sus textos para publicar en este blog de Literarte y transformarlo así en un escaparate literario. Hasta ahora quienes más rápidamente han respondido han sido otros amigos blogueros cubanos, eso no significa que esté barriendo para casa, no, la idea es que esto sea multicultural. Que la lengua y el amor por la cultura sea lo que nos una.
Les dejo con un texto a manera de ensayo de Medea, una cubana que tiene un blog muy interesante, donde ha comenzado a escribir una blogonovela que, entre nos, tiene montones de seguidores, yo entre ellos, y que aborda muy, pero que muy de cerca el tema de la seducción.


La ética de la seducción …
Un modesto homenaje a Albert Camus


Por Medea

"No ser amados es una simple desventura; la verdadera desgracia es no amar."


En la defensa de Don Juan que Camus hace en el segundo capítulo de El mito de Sísifo, el pensador francés atribuye al seductor lo que él llama la condición de hombre absurdo, en el entendido de que absurdo es todo ser humano plenamente consciente de la ausencia de sentido en la vida y que, a pesar de eso, la sigue viviendo porque sí, asumiendo de frente las consecuencias de sus actos
Cuando, desde una moralidad que propugna el "amor eterno", se le reprocha al seductor utilizar las mismas divisas para seducir a diferentes mujeres, Camus arguye que "para quien en los goces busca la cantidad, sólo importa la eficacia. ¿Por qué complicar las contraseñas que han dado resultado? (…) ¿Por qué iba a plantearse un problema moral? (…) Es un seductor de lo más normal. Con una diferencia: que es consciente y por ello es absurdo. Un seductor con lucidez no cambiará por ello. Su condición es seducir. (…) Lo que don Juan pone en práctica es una ética de la cantidad, al contrario del santo, que tiende a la calidad".
Esta moral cuantitativa y circunstancial (por consciente), es la que Camus ilustra diciendo: "Si bastara amar, las cosas serían demasiado sencillas.(…) Don Juan no va de mujer en mujer por falta de amor. (…) Más justamente porque las ama con idéntico arrebato, y cada vez con todo su ser, tiene que repetir ese don y esa profundización. (…) ¿Por qué iba a ser menester amar pocas veces para amar mucho?" Como vemos, la idea y el principio ético del "amor eterno" aparecen aquí como un escamoteo de lo concreto mediante el que se busca engañar a la razón y aplastar al deseo apelando a motivos "trascendentes". El "amor eterno" y todo lo que hacemos y dejamos de hacer en su nombre, no es, pues, sino una vana ilusión que nos arranca del presente nublándonos la existencia en nombre de un futuro incierto.
Ante la manida moralina de que don Juan es un egoísta, el filósofo responde: "No hay otro amor generoso que el que se sabe al mismo tiempo pasajero y singular. (…) Es la forma que él tiene de dar y de hacer vivir. Júzguese, pues, si cabe hablar de egoísmo". Por eso ha dicho antes que "Don Juan no piensa en 'coleccionar' mujeres. (…) Coleccionar es ser capaz de vivir del propio pasado. Pero él rechaza la añoranza, esa otra forma de esperanza. No sabe contemplar los retratos". Dicho de otra forma, el seductor es un ser entregado con impecable religiosidad a su presente y, por ello, tampoco se hace ilusiones sobre su futuro.
Lo cual nos lleva a la aguda reflexión de Camus sobre que el castigo que los moralistas claman para don Juan por considerarlo inmoral, es asumido plenamente por él como consecuencia lógica de sus actos, pues no podía aspirar a la impunidad quien ignora y desprecia los aspavientos de los hombres y las mujeres que viven la vida según las oficiales ansias e ilusiones de eternidad, y asume gustoso su destino absurdo, pues "un destino no es una punición" aunque sea trágico. Y el destino de un seductor, así como el de cualquier hombre libre, es ser castigado por quienes él desprecia al ignorar los valores que ellos representan. Por eso, Mersault, "el extranjero" indiferente en medio de un mundo de valores melodramáticos, escoge asumir su condena a muerte con desdén. La pena capital es el precio a pagar por la indiferencia ante un mundo hipócrita. Y lo paga, oponiendo su dignidad de individuo irredento al aplastante aparato de poder, con lo que se asume como un ser moral que no sólo acepta morir sino que lo hace como le da la gana. Escoge cómo hacerlo. Sabe hacerlo. Porque es libre.
Las personas que "aman demasiado" se constituyen automáticamente en contrapartes despechadas del seductor y de la seductora, de los donjuanes y las afroditas. Para Camus, se trata de seres secos que han sustituido su vida personal por la existencia del "ser amado". Por eso dice: "Aquellos a quienes un gran amor aparta de una vida personal quizá se enriquezcan, mas con seguridad empobrecen a los elegidos por su amor. Una madre o una mujer apasionada tienen necesariamente el corazón seco, pues está apartado del mundo. Un solo sentimiento, un solo ser, un solo rostro, pero todo está devorado. Es otro amor el que estremece a don Juan, y éste es liberador. Aporta consigo todos los rostros del mundo y su estremecimiento proviene de que se sabe perecedero". Si lo supiera "eterno", huiría sanamente de él.
Ambos perecerán, es cierto. Pero con una diferencia: don Juan habrá vivido prodigando vida y pagando con esplendidez el precio de ser libre. La sombra despechada habrá deambulado muerta por el mundo, víctima de sus venganzas y su egoísmo, sin haber conocido la libertad, esa condición sin la cual no puede accederse jamás a los más intensos deleites del maravilloso regalo de la existencia.
Don Juan es libre, y su manera de amar lo es también. Por su parte, Afrodita se libera de las cadenas del matrimonio y la familia ya sea evadiéndolas o (si ya cayó en ellas, por juventud, inexperiencia, engaño o equivocación) burlándolas mediante la fina capacidad que la mujer ha desarrollado, como sana reacción a siglos de opresión patriarcal, de fingir lo que no siente y de decir exactamente lo que los insensatos quieren oír, no importa si se trata de maridos, hermanos, padres, amantes, patrones o confesores. El ejercicio de la libertad es condición previa para vivir una vida personal. Este ejercicio es más difícil para la seductora que para el seductor, pero en el caso de ella esa dificultad puede convertirse en fuente de deleites mucho más abundantes y elaborados que los que le son posibles al seductor, que en buena hora se aprovecha de la ventaja de ser hombre. Y estoy seguro de que las mujeres independientes me entienden cuando digo esto; no necesito abundar en ello. ¿Que en este caso el engañado es el cónyuge y que tal cosa tampoco resulta justa? Bueno, un cónyuge de tales características merece el engaño y mucho más por parte de su víctima. ¿O no? Se trata aquí de un acto de justicia ejecutado de acuerdo a las posibilidades que tiene un ser en sujeción de realizar tal cosa. El engaño, la perfidia, el perjurio, como conductas reprobables, ocurren en condiciones de igualdad moral. Si esa igualdad no existe, se convierten en armas de liberación, especialmente en manos de la mujer.
Ni Afrodita ni don Juan engañan a sus amantes. Ambos les advierten que lo que les interesa es el amor perecedero. El de una noche, varias o ninguna. O el de todas las noches posibles de la vida, en el caso de esos amantes eternos que siempre están dispuestos a compartirse y a prodigarse a sí mismos sin reservas ni compromisos cuando las circunstancias lo permiten. Es perverso entonces equiparar a los seductores con el burlador y la pérfida, con el vividor y la perjura. Éstos son simples y viles mentirosos. La seductora y el seductor son artistas de la vida. De su vida. Y disfrutan cada momento de su incesante creación, esparciendo amor y libertad a quienes tengan oídos para oír, ojos para ver y piel para sentir. No tienen necesidad de engañar a nadie ni de aprovecharse de nada.
El reproche es el arma inútil del despechado. De la despechada. Por medio de este recurso, la impotencia se convierte en forma de vida, el resentimiento en eje moral y la malignidad en ética profesional. La persona seducida que no logró atrapar a su don Juan o a su Afrodita y que se siente frustrada porque su potencial víctima no sucumbió a su engaño ni a la perversidad de querer enjaularla en los oscuros recintos del matrimonio y la monogamia forzada, debe vivir del recuerdo del gozo que le proporcionó la seducción y, si es inteligente, buscar la repetición de aquel acto liberador. Si escoge como vivienda el charco de su amargura, habrá echado por la borda la gran oportunidad de ser libre que en su momento le brindó quien tuvo la suficiente nobleza como para bajar a su nivel y seducirla por una noche, varias o ninguna.
Si no se tiene el talento (porque para eso se nace) de la seducción, sin duda sí se tiene la capacidad de dejarse seducir (pues esto no requiere más ciencia que la pasividad imaginativa). Y esta capacidad natural puede llegar a convertirse en un arte y también en una ética, si la persona seducida gusta de serlo innumerables veces porque así se siente vivir a plenitud y no tiene vergüenza de confesárselo. La única condición para desarrollar este talento es no reprimirse el deseo ni la voluntad de ser libre y tener una vida propia. Porque dejarse seducir es también un acto de libertad. Sobre todo para quienes, por los motivos que sean, ni siquiera se sienten autorizados para desear. Ser capaz de dejarse seducir sólo requiere un instante de sincera valentía y entrega humilde a la felicidad. Don Juan y Afrodita ya nacieron con este don. Para los demás, lograrlo y prolongarlo en el tiempo implica un pequeño esfuerzo consciente, ante lo cual resulta útil tener siempre en mente una verdad tan irrefutable como eterna: que lo único que debemos sacrificar en esta vida es el sufrimiento.

Así que estimado lector, si ha llegado hasta aquí, dígame, ¿se embulla?

martes, 18 de diciembre de 2007

Recital en Es Pinzell



JUEVES 20 DE DICIEMBRE A LAS 20:30 H, EN EL BAR "ES PINZELL" (CARRER CAPUTXINES nº 13)

ESTARÁN:

Jaume Munar
Pere Perelló i Nomdedéu
Àngel Terrón
Miquel Perelló
Emili Sánchez-Rubio
Joan Cabalgante
Anakin Skywalker
Jaume C. Pons Alorda

Y MUCHOS MÁS

recitando al BLAI BONET DE NUEVA YORK.

CORO PRINCIPAL DE MARLENA


4 voces espectaculares captadas por un fotógrafo buenísimo y un amigo igualmente bueno, Íñigo Vega.

ALEGRIA DE GULLAH


Señoras y señores, pueden ver en la foto adjunta la pura alegría de los cantantes del coro de gospel de Marlena Smalls, quienes con toda su naturalidad posaban en los fotos despues de concierto en el Auditòrium. Entre ellos, tres colaboradoras del blog: Ivis, Nuria y Zuza.

Gran marica


Los escritores de la generación Beat estaban estrictamente vinculados con la escena del bebop. Jack Kerouac conocía a muchos músicos de jazz. Todos pasaban horas en los clubs de Nueva York como Red Drum, Minton's, The open door...Uno de esos rebeldes fue el poeta Allen Ginsberg. Os dejo con uno de sus poemas que me gusta mucho:

Una poesía pública

El hecho es que los rusos son maricas
y los chinos también, son grandes maricas amarillas
Los norteamericanos maricas por naturaleza
huyeron hacia el Nuevo Mundo a reventar indios
ahora vamos a permitir que una compañía carbonífera
ocupe sus territorios
Somos tan maricas que explotamos bombas atómicas
sobre los japoneses

Yo mismo soy un marica famoso, hay que serlo para reconocer a otro
y sé que el secretario de estado XYZ es un delicado marica
le dió sus monedas a las Juntas asesinas de indígenas en Guatemala
demasiado asustado para mirar en los ojos de los Escuadrones de la Muerte
en el Salvador
gritando sobre la amenaza que representa la pequeñísima Nicaragua
para el desnutrido México
El presidente ABC es el más grande de los maricas
Hollywood es marica
La Corporación Bechtel es marica
Maricas como éstos les entregaron 200 billones a los patoteros del Pentágono
pues temían ser apaleados si no les permitían a los Generales apoderarse
de todo el dinero
Y el público norteamericano también es marica
Tiene miedo de que si no da todo lo que tiene en el bolsillo
al Departamento de Defensa
los hombres musculosos del Pentágono y los guapos de la CIA
fajarán al Congreso y a la Corte Suprema
y se adueñarán de todo el Bloque Occidental

lunes, 17 de diciembre de 2007

Y NO LE IMPORTA - Jose Tadeo Tápanes

Y no le importa

Por Jose Tadeo Tápanes

Esa muchacha ha tirado sus senos en la hierba
y no le importa el mundo,
ni el descender de los aviones,
ni el posible matiz de lo imposible.
Esa muchacha que lloró la muerte del maestro,
que lanzó su ojo derecho a las palomas y regaló el izquierdo
y puso con su sexo el nombre de su novio en los portales
es mi amiga y no le importa el tiempo.
Esa muchacha que pasa, que te asusta,
que fabrica en tu voz un sobresalto
que fabrica los panes, que se pierde haciendo de su nombre un pajarillo.
Esa muchacha que enseña sus muslos invisibles,
que retira sus manos de la historia
y se queda dormida haciendo malabares con mi suerte.
Esa muchacha que esconde entre la hierba sus pezones
es mi vida y no le importa el mundo
y no le importa quitarse la ropa en su ceguera
y no le importa el tiempo
y no le importa...

Jose Tadeo Tápanes Zerquera: Nació en Trinidad, Santi Spíritus, Cuba. Comenzó a escribir versos a los 11 años. Estudió la carrera de Ingeniería Industrial hasta el segundo año. Al año siguiente matriculó Licenciatura en Historia, que terminó en 1996. Trabajó 3 años como profesor de filosofía e historia,(1997-1999) y un año como investigador(2000). Reside en Barakaldo, Vizcaya, España.

*Si queréis conocer más sobre este autor, podéis ver su blog.

Respuesta de Gaspar Marqués a Pep Camanegra

Querido Pep Camanegra:
Estoy esencialmente de acuerdo con tu definición de los elementos del jazz. El musicólogo francés André Hodeir (Hommes et problèmes du jazz) destaca la importancia del swing como elemento diferenciador. De hecho afirma que en las primitivas grabaciones del Hot Five y Hot Seven de Louis Armstrong -en los años veinte, de los primeros testimonios del Jazz en discos de 78 rpm- el único que ya toca con swing es L.A., mientras que sus acompañantes todavía tienen un estilo saltarín (sautillante) y primitivo. Hodeir define esas grabaciones diciendo que son "un clásico entre primitivos". Disquisiciones técnicas al margen, lo cierto es que los solos de L.A. alcanzan un lirismo al que no llegan los restantes músicos.
Cuestión distinta es si todo lo que se nos vende como Jazz lo es realmente. Para mí, la respuesta es negativa. Cuestión distinta es que si todo lo que se nos vende como modernidad es mejor. Me temo que tampoco.
Cuando vaya por la isla espero que Ivis nos presente y xarrarem.
Un abrazo.

domingo, 16 de diciembre de 2007

Pachecox

Una blogonovela por entregas

por Osvaldo Cleger


Capítulo 1. Siete entradas en el Blog de Alita

1

Alita de Miel hundió con una mano el pomo de la puerta. La sombra apenas había devorado la mitad de su brazo, cuando ya la cartera comenzaba a deslizársele por el otro. Dos segundos más tarde descansaba suspendida contra el espaldar de la silla, junto a la entrada. Se zafó el botón más alto de la blusa y la hebilla del pelo. Sacudió un moño denso y muy moreno y avanzó mientras sentía cosquillearle, bajo el escote, una de las brisas que a esa hora se filtraban por el vano del fondo. Terminó de desabrocharse la blusa y la entreabrió para disfrutar mejor la sensación que la recorría. Sus pezones se estremecieron una y otra vez bajo el leve contacto.

Los cubitos de hielo de un tequila doble, suavizado con agua saborizada y un limón, tintinearon en el vaso junto a su rostro. Alita de Miel sonrió y se sintió persona nuevamente. Por eso le deleitaba imaginarse a sí misma, a esa hora, como Alita de Miel y no como el personaje de María del Carmen Arrellanos, secretaría ejemplar en una Compañía Distribuidora de Seguros, que meticulosamente ponchaba su tarjeta a las ocho con cinco y con no menos meticulosidad la desponchaba a las cuatro con treinta; que regresaba cada atardecer a un apartamento sin novio ni mascotas, después de soportar por más de ocho horas a Un-Ogro-Por-Jefe que no la dejaba platicar por el celular, ni usar de la Internet si no era por razones de trabajo. Alita de Miel decidió -y su resolución podía leerse como un anuncio lumínico sobre el rostro - que ella no era ese personaje cuyo nombre tuvo que arrastrar por tantos años.

Se acomodó dentro de su ropa interior y sonando con dos dedos el hielo de otra margarita, caminó hacia la Mackintosh y escribió su verdadero nombre sobre la pantalla. A esa hora Flor Silvestre ya había entrado y colgado una entrada en su blog. Al iluminarse las alas de la abeja que libaba sobre los pétalos de un jacinto, Flor supo de inmediato que Alita de Miel ya estaba en casa.

2

Carta chingonísima escrita muy a huevo por mi amiga la peque

A huevo que no es justo que otras zorras anden por ahí, pisteando de a grapa y trastrabillándosela a un macho, mientras una está aquí de mamona, toda depre y sentimental en noche de sábado, porque el pendejo de su novio anda quién sabe por dónde, dizque trabajando y con el celular “fuera de onda”. Por eso cuando le pongo los cuernos con el primer vato que me la moja no siento ni pinchi remordimiento. El muy mamón. Es más, que voy a estar hoy toda la noche sola en casa, forrada en un tubo y con la minilicra, por si hay por ahí algún macho alfa que quiera venir a darle a esta troca su mantenimiento ;) Aquí les posteo una carta que me mandó la peque donde me cuenta de sus zorrerías por el mundo.

“Desflorada”

"me vas a odiar a la verga!!!! Anoche nos fuimos a un antro bien perrón donde se armó un reventón chingonísimo. Había vatos para mojársela a mares. No te engaño, también su ruco y de esos guachos del sur que tanto detestas. En el baño vi unas pendejas que era obvio que se la tronaban. A una de ellas toda madrota le dio un síncope en medio de la noche y hubo que partirle en la mera madre para resucitarla. No mames. Jajaja. El wey ijuelaverga que parecía su novio (aunque no lo aseguro con la restregona que la vi darse con dos más y con otra vieja en el reservado) y una bola de zafados que estaban con la piche vieja pendeja le dieron un putamadral de golpes en el pecho, chale, parecía que los pendejos iban a matarla, vieja culera, todo muy tarantineado y muy gore como le gusta al Smog.

La neta es que el antro ruleaba. La música chingonísima y las cheves no se te despegaban de la mano. Un ruco con un chingo de lana a quien traía bien caliente quería no mames ponerme bien peda para aplicarme su inyección intrapiernosa pinche viejo culero y no esperaba a que me la vaciara. Por un momento ya no sabía si lo que tenía en la mano era una chela o la pinchi verga del viejo mamón. Jajaja. Me quería coger el julián, el muy culero. Jajaja.

Al final nos fuimos todos bien mota para una fiesta que rifaba. Te corto aquí que ya valiste verga. No olvides dejarme tu pinchi chifladura en Peque: La Pecadora, hice un posting ayer que es una chingonería y si accedes a la página privada con la clave te vas a tropezar con las chichis de la Morocha en primer plano, no mames, jajaja pinchi vieja culera..."

3

Alita de Miel terminó de leer la carta de Peque con una carcajada contenida, como si sintiera que tras los cristales del balcón de enfrente alguien la estuviera espiando. Cruzó las piernas una y otra vez y pasó a ver los comentarios que habían dejado. La entrada llevaba apenas tres horas de publicada y ya tenía 78 chifladuras. ¡Pinchi Flor! Siempre se las arreglaba para acaparar toda la publicidad.

Se paró y caminó hacia el refrigerador. A su regreso, la otra mano también venía ocupada con una bandeja. Tras un suave golpecito de las pompis las ruedas de la silla se corrieron dos lozas hacia detrás. Alita se volvió a sentar y acomodó todo sobre el suelo, mientras escuchaba una voz interior que le decía que aquello era muy injusto; que ella ya había estado blogueando y desmadreando por la Internet, cuando Flor todavía andaba enganchada con el Yahoo Messenger y el MSN. Que no había razón en este mundo ni en el otro para que las fotos que había subido, hacía ya dos días, de sus vacaciones en Cancún estuvieran aún sin comentarios, mientras la carta idiótica de la Peque acumulaba decenas de ellos. Sus dedos ensartaron otra aceituna con un rollito de jamón serrano y un dado de queso suizo. La mordida en los labios dejó ver, por un segundo, un rictus de amargura.

4

Y razones no parecían faltarle. A nadie se le ocultaba quién era la Flor: una zorra que había ascendido en la consideración de todos a golpe de enredos y complejas maquinaciones. Jugando a poner su propio cuerpo en el vórtice del abismo, y haciendo uso de alguna que otra incidental adulación. Eran conspiraciones inocuas, es cierto. Laberintos que más parecían urdidos por la imaginación de una adolescente que recién entra a la pubertad, que por una jamona madura y a punto de caerse de la mata, mientras surca la marea convulsa de sus cuarenta. Pero no por inofensivas, sus ostentaciones dejaban de levantar heridas muy leves, casi invisibles, en la autoestima de otras miembros del grupo. Su condición desocupada y la fácil afluencia de capital se lo simplificaban todo al extremo. Podía dedicar la mayor parte del día a chatear con una cofradía siempre creciente de blogueros y cibernautas, diurnos en su mayoría, pero también alguna que otra alma noctívaga o desvelada después de haber ingerido varios litros de infusión.

Sus estrategias de marketing clasificaban entre las más complejas y exitosas que se habían visto. Se decía que Flor había sido la primera en colgar de su perfil una foto que mostraba su torso desnudo, desde la gargantilla hasta el nacimiento del pubis, y con una cruz espinosa colgándole entre los senos. Esa ocurrencia incidental, casi un capricho alumbrado durante horas de ocio excesivo, le zafó el nudo a un torbellino de inventivas, que pronto creció en una espiral incontenible.

Smog posteó, dos días después, la toma de una de sus tetillas perforada por dos agujas. Reina de Francia, la del tatuaje que tenía en los genitales. Gina, la de ella y su consorte trabadas en un lío de lenguas y frotando un pezón contra el otro con gran deleite. Valeverga sólo necesito inspirarse en su nick, para sorprender a todos con una de las bromas más ingeniosas que se publicitaron a lo largo de ese mes: un primer plano de las megacélebres nueve de John Holmes, salpicando el engrudo contra el celuloide y que Valeverga insistía en pasar por propias.

...la superación informática también desempeñaría un rol vital dentro de las estrategias de la comunidad bloguera para reclamar la atención de los demás. Esto se hizo particularmente claro cuando Amapola logró convertir la página de su perfil en una especie de discoteca móvil, con luces flasheando en diferentes colores y tonalidades sobre la noche del cibernauta que hacía una parada en ella, para sorber un café o encender un cigarrillo. Mientras, en el fondo, se escuchaban atronadores los compases de cualquier hit que estuviera esa semana reventando los estéreos.

El éxito alcanzado por Amapola con este gig, quien en menos de un mes logró incrementar el número de sus asiduos a más de noventa, (a pesar del nick poco atractivo que se había dado) le sirvió de inspiración a las otras chicas más retraídas del grupo. Y les descorrió la cortina de una esperanza: que ellas pudieran, de igual modo, por un golpe de suerte o de ingenio, demostrar a todos lo que valían en el fondo sus aburridas miradas. Miradas de pestañas realzadas con marbellini y labios untados con leve glos, que clavaban sus honduras en la oscuridad de la noche, a la espera de alguna respuesta, que como luz de bengala levantara su cola desde el otro lado de la galaxia inconmensurable.

Alita de Miel volvió a perforar con los ojos las nieblas que la tarde acoplaba y desacoplaba más allá de su balcón. En el piso de enfrente creyó ver una presencia desplazándose tras los cristales.

5

Sus pestañas, con ágil parpadeo, abanicaron el aire: a Alita se le acababa de ocurrir una idea.

Cerró los ojos. Cuando los volvió a abrir sintió como si los abriera en un tiempo y un espacio adulterados. Como si hallándose todavía en su habitación, la viera desde el fondo borroso de una radiografía. El rostro de Alita se llenó de un entusiasmo creciente, que se trasmutó en euforia y luego en éxtasis. Mas apenas alcanzó el nirvana su expresión comenzó nuevamente a palidecer. Una tristeza indecible se tendía ahora sobre su semblante; como si ante ella viera a un general fascista desfigurarle la cara a un niño judío con la culata del rifle.

Alita volvió a cerrar los ojos. Los apretó con fuerza. Deseó que sus pestañas se enlazaran en un nudo y no la dejaran volver a abrirlos. De repente, quedó atónita. Parecía soñar o dormir simplemente. La actividad en la piel de los párpados todavía delataba los ágiles movimientos de las neuronas. Sus manos comenzaron a moverse por el teclado.

6

En la terraza del Penthouse, sus pies se deslizaban por los aleros. No tenía muy claro cómo habían llegado hasta allí. Pero interiormente era capaz de repasar una secuencia de imágenes, que giraban en su mente como en un viejo cinematógrafo, o como la pólvora en el tambor de un viejo revólver.

Recordaba el portazo, la estampida. El chillido de las llantas y los faroles del auto que casi le había atropellado la pierna derecha. Vidrios rotos, un tajo muy leve. Voces que debieron estarle dirigidas pero que nunca alcanzó a comprender; miradas que parecían advertirle de algo que dejaba detrás o que la aguardaba en la próxima bocacalle. Sintió de nuevo el chicoteo del cabello sobre la frente cuando su rostro se volteó para mirar el panorama de la avenida. Repasaba una y otra vez la cara de ultratumba que colgó del portero cuando la vio entrar. Sus dedos tartamudearon por las paredes: buscaban el ascensor. No. No lo había tomado. Su mano, en cambio, se había aferrado a un barandal que exprimió por galerías interminables de peldaños. Un cubo de limpieza vomitó un agua verdosa sobre los mosaicos de la entrada a un apartamento; las voces volvían a taladrarle los oídos. Muy atrás habían quedado sus dedos tecleando un mensaje sobre la pantalla… Trató de recordar lo que escribían, pero los caracteres se le desintegraban en la mente sin que alcanzara a descifrarlos.

Inclinó la cabeza y, con ojos inyectados de horror, vio abrirse ante sus pies un derrumbadero de balcones, que se arremolinaban por más de veinte pisos hasta la calle. Respiró hondo. Trató de calmarse. Alzó la mano, a modo de escudo, cuando sintió que una astilla de luz le hurgaba insidiosa en la pupila. La sombra dibujó una estrella en su rostro y un segundo después, al ala de un pájaro. Con la otra mano intentó aferrarse del concreto.

Siguió avanzando, con los brazos en cruz, siempre de perfil y siempre hacia la vertiente norte del edificio: en ese flanco la avenida mostraba un horizonte mucho más despejado, y los pocos árboles desparramados por las aceras abrían amplias claridades a los transeúntes que tomaban el habitual paseo vespertino.

Creyó, por un instante, que llovía. Cruzó los ojos y vio que era el sudor que le bajaba a goterones por el cuerpo. La blusa quedó empapada en pocos segundos, y algunas hilachas continuaban descendiendo por entre los muslos como lentas sierpes de agua. Después de enroscarse a las uñas de los pies, se abismaban en el vacío innombrable. Las agujas del tiempo parecían detenerse sobre el rostro del monumento solar que conmemoraba a un héroe de la República.

Los ojos de Alita trataron de seguir, hipnotizados, las diferentes suertes que corrían los pequeñísimos fragmentos despedidos por su piel – como si su destino fuera desmigajarse, ceniza tras ceniza sobre el pavimento, antes de siquiera ensayar una argucia –: algunas gotas de sudor planeaban instantáneamente sobre el lomo de una paloma; otras fecundaban una maceta de geranios en el piso catorce. Un guiño a la vecina del nueve, que tomaba el baño con las persianas entreabiertas, debieron lanzarle aquéllas, antes de abrir una sombrilla líquida sobre la baranda del ocho. Otras se volvían a catapultar contra los alambres salientes de una antena de televisión. La mayoría fue lluvia diminuta junto a las botas del mendigo que espiaba a una sombra, a la salida de la cremería de la esquina.

Volvió a levantar el mentón y sintió que la astilla de luz la encandilaba. Breve mareo y dos bocanadas profundas de aire le ayudarían a controlar el nerviosismo. “Los quise a todos, pero la abejita tiene que volar”. Era el mensaje. Ahora lo recordaba. Lo había tecleado con dedos graves y nerviosos, enturbiados por el humo que subía de un cenicero. Pensó que a esa hora ya varios tenían que haberlo leído.

Gina, la más sensible, estaría vociferando con amplio diapasón sobre las teclas del MSN. “¡¡¡Pendeja, pendeja!!!” le gritaría Ariel con los ojos llenos de lágrimas. De repente pudo oír las llamadas, los diálogos abatidos; la cadencia del reggaeton levantando el auricular hacia la oreja de Valeverga. Oyó las sirenas entrar en el Boulevard Quino trastornando el silencio. El mendigo había roto su monólogo con la sombra, y alargaba los ojos, como un telescopio, para seguir el titubeo de las suelas por los aleros. La multitud comenzaba a congregarse debajo. Un minivan frenó bruscamente. Por la puerta de atrás salió una bandada de reporteros empuñando las imprescindibles cámaras, cintas, trípodes, cables, micrófonos y turbias credenciales.

Una sonrisa de satisfacción se instaló en el semblante de Alita. Sintió que finalmente lo había logrado. Los ojos del mundo estaban fijos en ella. Se encontraba a mitad del alero y consideró la posibilidad de regresar. Solo necesitaba retroceder unos quince o veinte pasos y poner su cuerpo a salvo tras la reja de acceso. Mas comprendió que quizás era muy tarde. Una pared dura la empujaba por la espalda y su cuerpo comenzaba a exigir de los talones las destrezas de equilibrista que evidentemente no poseían. Las rodillas de Alita colapsaron y quedaron paralizadas en una media cuclilla. Entre los muslos volvió a sentir una humedad. Esta vez no era el sudor. En pocos segundos la corriente tornasolada serpenteó por las paredes y se desplomó, ella también, sin más remedio.

Caer era la ley que regía el instante. Caían las manos bruscamente sobre la saya de Alita. Caían las hojas desprendidas de las ramas de los naranjos. Caía el polvo que presagiaba el arribo de la noche, como una suave viruta que fuera colmando las densidades de la brisa. Caía la humedad de las ropas que el viento agitaba en las tendederas. Caía la baba de las lenguas de los perros que, de vuelta a casa, alargaban el cuello para que sus dueños los liberaran del collar y la cadena. Caían, en diagonal, las luces de los automóviles, que patrullaban, muy lentamente, la avenida, como si buscaran a algún insecto exótico oculto en las arrugas del asfalto. Caían las suelas sobre el pavimento; caían los pies descalzos y trabajados de los niños mendigos. Caían las monedillas que bolsillos rotos dejaban escapar y alegrar un cuadrado de acera con su vibrar metálico. Caían los telones al final de la función que ofrecía esa semana el Teatro Municipal, frente a la Plaza. (La multitud se alzaba, concertada en una ovación. “¡Viva la Abeja Reina!”). Caían los contrafuertes de la iglesia que estaba siendo demolida a pocas cuadras del edificio. Caía el sonido de las campanadas, llamando a misa, sobre el espíritu exaltado de los feligreses. Caía el semen de dos amantes sobre los senos oblicuos de una morena regia: los únicos capaces de desafiar a la gravedad en esa hora. Caían las baquetas sobre el parche del tambor que castigaba el baterista del once, en las vísperas de las audiciones finales en el Conservatorio. Caían las flagelaciones de la constricción sobre el torso de un monaguillo, el mismo que había profanado, la noche previa, el vino sacramental y la estatua de la Virgen Madre. Caía el cuerpo de Alita desde el penthouse hacia abajo. Algunas gotas de sudor, perezosas en su movimiento, todavía la encuentran a mitad de la caída y se reintegran a su piel. Y caen entonces las semillas sobre la tierra. Caen las sombras sobre los rostros desahuciados. Caen los rumores por pasillos de eco inaudible. Caen un conejo y un reloj por la estrechura de un agujero extraviado en la pared de enfrente. Caen relámpagos. Cae el agua por los cáñamos y las fauces de las alcantarillas. Caen planetas pulverizados por una explosión de millones de siglos. Caen facciones desfiguradas. Cae la cara de Smog tras los cristales del ordenador, como si tratara de usarlos de vía de acceso al piso del Penthouse. Caen enigmas sobre las cabezas. Cae el espanto sobre el rostro de los que pasan. Cae la presión de la sangre sobre las venas del cuello y amenaza con romper el dique de piel y estallar en chorros hacia fuera. Cae la abejita de su flor, empujada por el manotazo inocente de un escolar fugado de casa. Caen nueve pisos, siete, seis, cuatro, dos…

A la salida de la cremería, la madre pegó un grito y trató de bloquear con un brazo la vista de su pequeña. Mientras un hilito de sangre rizaba el helado y el barquillo que ambas sostenían entre los dedos.

(Falta el fragmento 7 que da final a este primer capítulo, lo añado más tarde a esta misma entrada)

 
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