Por Fidel Miranda Lorenzo
Durante mi convalecencia del segundo infarto, más de una vez había pasado por situaciones difíciles, pero una fue límite. Aquel día me cite con Xiomara Romero, quien era candor, dulzura, pasión y locura hasta las pestañas. La había conocido en el M-5[1]. “Luego hay quien no reconoce las virtudes de un camello[2]”. Yo vestía mi combinación más elegante, llevaba intenciones de meterme en el cine, aunque estaba dispuesto a hacer alguna conquista si la ocasión lo permitía. Eran las 7:30 de una tarde fresca de mayo. En 42 me senté a su lado, sin pensarlo dos veces saqué el revolver y quedamos en vernos el sábado siguiente en su casa a las 4:30 p.m.
La semana se me fue volando, añorando salir del slump[3] en el que estaba metido hacía meses. Deseaba ser el mismo de antes, que contra todos los pronósticos no dejaba pasar ninguna mujer sin decirle un piropo, conocerla y luego salir con ella. Por eso pensé tanto en Xiomara, cuya inocencia me había cautivado. Al llegar la encontré en el portal, recogiendo la ropa recién lavada, amenazaba lluvia. No se sorprendió al verme. Me hizo pasar, me ofreció café, conversamos de cosas sin importancia. Me llamó la atención que pese a ser tan bella viviera sola. Pronto salí de la duda, me confesó que era casada y que su esposo en esos momentos jugaba dominó en la casa vecina. Cierto es que desde mi llegada escuché el rodar de las fichas y el habitual resumen después de cada partida. “¡Mira! Ese que habló es mi esposo”. Me lo imaginé de 6 pies y 200 libras. Miré el reloj. Habían pasado 20 minutos y algo dentro de mí me aconsejó buscar el camino de salida; sin embargo, por el rumbo que ya habían tomado las cosas, deduje que no me dejaría ir tan pronto. Se sentó junto a mí, tomó mis manos y las llevó contra sus senos, así las mantuvo un rato, sin decir nada, mirándome a los ojos y clamando por mi ternura. No supe que hacer con aquello que se me atravesó en la garganta y mantenía mis manos rígidas, como sostenidas por cables de acero. Con un gran esfuerzo le propuse que se vistiera para salir juntos o de lo contrario vernos en otra ocasión. Se negó rotundamente. Lo deseaba allí y en aquel momento. Quise que la tierra me tragara, en ese instante sentí como si una fuerza descomunal me empujara contra el piso. Ya tiraba del cinto cuando caigo en la cuenta de que había desabotonado su bata. “Mira el lunar dime que te parece” [4], dicen en la mesa de juego. Justo en el lado izquierdo del talle estaba aquel bellísimo lunar. Giré la cabeza y me congelé ante la idea de que la brisa moviera la puerta entreabierta. La discusión por la data alcanzó matices insospechados: “Agarra la pelúa chico” [5], “toca mi hermano, toca” [6]. Sentí la camisa pegada a la espalda por el sudor. Un tirón más fuerte y la blancura del techo apareció ante mis ojos, traté de acomodarme nuevamente, ya con los pantalones en las rodillas, cuando arremetió contra la camisa y deshizo la botonadura. A todas estas, mis sentidos no ofrecían respuesta alguna, calma total, reposo absoluto, las fuerzas me abandonaban. Silencio en la mesa de juego, por un momento pensé que habían terminado, pero una frase cambió mi parecer: “Si das el siete, ¡me paso!” [7] Algo hizo ella que la vista se me empañó, oprimió el botón, activó mis reacciones. Recobré un poco el aliento, apenas llegué a percibir el panorama de su desnudez. Parpadeé varias veces con ánimo de ayudar y el resultado fue catastrófico. Logré tomarla por la cintura y atraerla sobre mí. Casi a ciegas recorrí su cuerpo ardiente con mis manos. La sangre acelerada se agitó en las venas. El corazón, dispuesto a no abandonarme en aquel instante, latía a toda máquina. Permanecí escuchando la situación del juego: su esposo ganaba 50 a 43. Contaba con algún tiempo a mi favor. Transcurridos unos minutos un grito repentino me alertó: “Hace rato que estoy con la púa en la mano y no me la dejas poner” [8]. El juego se había trancado. A la vez, ella clavó las uñas en mis hombros y se mordió la boca, conteniendo un grito. “Te lo dije compadre, que yo te metía este”, fue lo último que le oí decir la esposo. Ya no era dueño de mí. Me entregué a fondo, si me mataban que fuera en ese momento y no después. No podía más. Parecía que iba a estallar. Apreté los ojos para no gritar, porque ella lo acababa de hacer. Me aferré a sus caderas, disfruté del instante con su locura, me quemé con mi savia, luché tenazmente porque aquello no terminara nunca.
La calma entraba poco a poco por las hendijas de la puerta. Se levantó y fue al baño. Compuse mis ropas como pude, todavía mi jadeo vagaba por las paredes de la sala. El cielo se encapotó y los truenos hicieron su aparición. No sentía mis rodillas, busqué afanosamente las piernas y al fin comprobé que estaban en el sitio de costumbre. De regreso me trajo un vaso de agua helada. No supe si beberlo o echármelo encima. Instintivamente sintonicé el dominó: “cinco mil y más murieron” [9], aún jugaban. Mi respiración comenzaba a ser normal, la cara se me refrescaba y las tripas iban ocupando sus puestos habituales. Ya todo había pasado cuando un ciclón apareció en la sala. Con una fuerza digna de Hércules abrió la puerta, que amenazó con irse abajo por el empuje. En efecto, eran seis pies y 200 libras. Estaba parado justo en el umbral, con la claridad en las espaldas no podía verle la cara. Extraje el pañuelo para cualquier contingencia. Sobre nosotros retumbó aquella voz de toro en feria agropecuaria: “¡Xioma, tremendo juego le metí al viejo Felipe!”. Ella sonrió tímidamente, él no dijo más, me ignoró por completo, fue directo a la cocina y salió por la puerta como entró. Tan pronto pude me marché, con la promesa formal de volvernos a ver.
Al siguiente lunes visité a mi cardiólogo. Quedó maravillado por el electro, asombrado quiso saber a qué me estaba dedicando para mejorar de esa forma: “Al dominó”, le confesé, ¡me encanta ese juego! Me recomendó que no dejara de practicarlo.
No la he vuelto a ver, claro, desde entonces tampoco a mi cardiólogo. Además, sépase que nunca más he podido jugar dominó, me deprime.
Localismos:
1.-Camello: nombre popular con el que se conoce el metrobús de La Habana, creado como solución alternativa a la crisis que transitaba el trasporte público de pasajeros en la ciudad. La denominación de Camello responde a que el techo del vehículo simula las gibas de un camello del desierto y que con la imagen del mencionado animal están identificados estos vehículos en sus laterales y en la parte trasera.
2.- M-5: Una de las rutas más famosas del metrobús, la cual circula del Reparto San Agustín al Vedado.
3.- Slump: Es un término del baseball, referido al estado en que se encuentra un bateador que no conecta de hit durante muchos turnos al bate, afectando sus parámetros de rendimiento individual y al equipo para el que juega, suele originarse cuando sobre el jugador hacen efecto las presiones externas por algún suceso específico, no relacionado con la práctica del deporte.
Después del baseball, en Cuba el deporte nacional es el dominó, muy difundido por todo el territorio, se juega de diversas formas, aunque la guerra en parejas es su variante más conocida, se juega con fichas que van del doble 0 ó doble blanco hasta el doble 9. pero el placer de los cubanos es narrar, o comentar las partidas de dominó mientras se desarrollan, por eso el léxico empleado en el juego es tan rico y tan diverso, que en cada partida se pueden encontrar términos novedosos y sobre todo muy pintorescos, propios de la idiosincrasia cubana.
4.- “Mira el lunar dime que te parece”: se conoce como lunar en el dominó al número 1 (uno), por su similitud con este atributo del cuerpo humano.
5.- “Agarra la pelúa chico”: la pelúa en el dominó se le llama a fichas complicadas como el doble 9, doble 8 y doble 7, por lo difícil que en ocasiones resulta ponerlas en juego.
6.- “Toca mi hermano, toca”: En el dominó tocar es sinónimo de pasarse, por lo que la expresión en concreto significa que un jugador con su jugada conmina a su oponente a que se pase, al suponer que este no tendrá fichas para responderle.
7.- “Si das el siete, ¡me paso!”: Dar el siete es poner o mantener el número 7 en juego.
8.- “Hace rato que estoy con la púa en la mano y no me la dejas poner”: La púa también es denominativo del número 1 (uno).
9.- “cinco mil y más murieron”: Expresión que se emplea para colorear la jugada del número 5 (cinco).
Fidel de Jesús Miranda Lorenzo, nació el 17 de octubre de 1959, en Ciudad de la Habana, graduado de ingeniería en explotación del transporte en 1982 en Leningrado, actual San Petersburgo, Rusia. Actualmente trabaja en el sistema de transporte público del Aeropuerto Internacional José Martí en La Habana. De joven su inclinación por la creación literaria le hizo verse implicado en cuanto evento se desarrollaba en las escuelas donde estudió. El relato "Dominó" fue escrito a principios de los años 90.
martes, 25 de diciembre de 2007
DOMINÓ
Publicado por Ivis en martes, diciembre 25, 2007
Etiquetas: Fidel Miranda Lorenzo
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
Muy buen cuento, Fidel. Has logrado recoger en unas breves líneas toda la gracia y el desparpajo de la Habana. Felicitaciones.
Publicar un comentario