Los años nos definen en la costumbre de vivir
Uno se acostumbra a vivir al igual que uno se levanta cada día para cumplir con sus obligaciones laborales, sociales y familiares.
Uno se acostumbra a vivir al igual que uno se acuesta después de un largo día deambulando por la corrección y el cuidado de las formas sociales.
Un día, una visita inesperada, en esta existencia nuestra hecha a la costumbre de vivir, altera el sostenido ritmo del día a día; aparece la Desconocida, poniendo en entredicho nuestro cotidiano universo. A partir de entonces, giramos alrededor del desconcierto y ya nada será igual.
Los años nos definen en la costumbre de vivir, excepto cuando llega la visita inesperada.
Caras vacías
En un día cualquiera en cualquier ciudad, el hombre iba por la calle sintiéndose horrorizado al ver como las caras de los demás estaban vacías, completamente vacías. Rostros de cristal blanco, sin ningún rastro de humanidad; caras rígidas, inciertas, perdidas en la luz del día.
A la noche de ese mismo día, se le apareció, en su duermevela, la Gran Figura del Nuevo Orden Mundial anunciándole que su cara permanecería intacta para siempre; siendo conservada como modelo por si algún día fuera necesaria la creación, en laboratorio, de caras con rasgos humanos y también como recuerdo para las futuras generaciones de lo que en su día fue una cara humana.
A la mañana siguiente, el hombre despertó con todo el cuerpo bañado en sudor frío y aterrorizado ante aquella perspectiva decidió que no deseaba para sí tal responsabilidad ante la Historia; en aquel mismo instante, tomó su ya irrevocable decisión.
Salió a la calle, se dirigió al torrente, yermo y seco, lanzándose al vacío de manera que su cara golpeara de frente contra las piedras.
Así aquella cara, predestinada a servir como modelo en un incierto futuro, allí quedó, en el lecho de un torrente, sin rostro, sin figura y sin futuro.
* Estos cuentos han sido publicados en el número 67 de la revista La Bolsa de Pipas.
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