domingo, 1 de junio de 2008

Introducción de "El caso del cadáver sonriente", de Paco Piquer

Destacaban en aquel bar del extrarradio; carne de Liceo, Rolex en sus muñecas y Navidades en Baqueira.

Un lío, pensaban los que observaban acodados en la barra cochambrosa.
Pero ellos parecían ajenos a los murmullos que provocaban y a las miradas de reojo de que eran objeto.

—Quiere volver.
—¿Qué dices?
—Una casa en las Bahamas. Un retiro dorado.
—Eso cuesta dinero.
—Quiere joderos.
—¿Cómo?
—La última entrega.
—Lo evitaremos.
—Tengo un plan mejor.
—¿Matarlo?
—No. Creo que tiene un cómplice. O un cabeza de turco. Convendría tener un seguro.
—¿Quién?
—Él. O ella, ya sabes.
—¿Entonces?
—Déjame pensarlo.
—Hablamos.
—Vale.


No le había costado trabajo ligarse a aquel imbécil.
En Barcelona, en cualquier ciudad del mundo, existen lugares donde acuden gentes como aquel tipo buscando la carnaza fácil de las desesperadas.
Ahora él se desnudaba, su ego por las nubes, en la habitación de un motel de carretera.
—No eres de por aquí, ¿verdad?
—¿Cómo lo sabes?
—El acento. Y apuesto a que eres casado.
—¿Cómo lo sabes?
—El anillo. Y apuesto, también, a que tu mujer no te hace lo que yo voy a hacerte.
La mujer sacó del bolso unas esposas forradas de terciopelo y un pañuelo de seda con el que tapó sus ojos.
El hombre, desnudo sobre la cama, se dejó hacer.
—¿Cómo lo sabes?
—Tus calzoncillos. Dan asco.
La mujer salió de la habitación y cedió su lugar a una mole de ciento veinte kilos y ojos rasgados.
—Es tuyo, Koko.
Desde su BMW plateado hizo una llamada.
—Lo tenemos.
—Lo tengo. Koko está con él.

Desde la habitación, llegaron las carcajadas del representante de mercería.
Era muy chistoso aquel Koko.

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