viernes, 18 de abril de 2008

Yeni y Omarito. Por Eduardo del Llano.

No, no es como en las películas americanas. Por lo menos, no como esas tan lindas de amor, o como las de acción que les gustan a los hombres. Aunque una vez vi una, déjame acordarme, de un perro de los que arrastran las chivichanas esas de la nieve, y ahí la cosa sí tenía que ver. ¿Sabes cuál te digo? Sí, chica, que el perro después se convierte en lobo… Bueno, como sea, los paisajes ahí te dan una idea de cómo es mi barrio.
Aunque barrio, lo que se dice barrio, no es. Omar… no, él no se llama así, pero es que su nombre no hay quien lo pronuncie, se escribe Oomailiq… ¿no te acuerdas de que ya yo le decía Omarito en Cuba? Sí, niña, se ve que sus padres eran de esos que inventan nombres para el hijo, para que suene extranjero… Bueno, Yaminaisis, te sigo con el cuento: cuando llegamos aquí, mi marido me advirtió que la gente vive a kilómetros uno de otro, y que incluso en los pueblos las casas no están pegadas, como en la Habana, sino que todas tienen su territorio. Para hacer una visita hay que avisar con tiempo, por si el tipo se fue a cazar, qué se yo… No, a cazar con z. Focas, sobre todo, será para venderlas a los circos. Caribúes, también. No, como unos venados pelúos. Incluso algún oso. Una vez Omarito trajo un pedazo de carne de oso y dijo que era para comer. Mira, niña, la que le armé. ¡Primero muerta, por tu vida! A mí de las hamburguesas, el arroz y los frijoles negros no hay quien me saque. No, aquí no se consiguen, parece que el frijol no crece, hay que mandarlo a buscar todo por correo desde un lugar que se llama Montreal. Carísimo, niña, pero Omarito me complace los antojos, me tiene como una reina. Sí, su familia está podrida en dinero. Tienen hasta ballenas y todo.
Pero ahora cuéntame de allá, de Mima, de Tere. Ay, alégrate, es mejor que no pase nada. Tampoco es que aquí… Ná, la relación va bien, con sus días buenos y malos, como todas. Pero es mejor que con Roberto Maykel, que no me dejaba respirar con sus celos. El mulato era una fiera en la cuestión, pero…. ¿En el tanque? ¿Desde cuándo? Ay, no me cuentes tú… No me extraña, déjame que te diga, con ese carácter yo sabía que el Rober tenía que acabar preso. Y me obstinaba, todo el día con ese obsorbo, qué va… Si te soy sincera, cuando conocí a Omarito no me entró por los ojos, pero era tan educado, y tenía ese acento tan cómico al hablar español, que yo pensé que era mejicano, con ese tipito, ¿te acuerdas? trabado, bajito. El caso es que aquel día se metió conmigo en la Tropical… claro, cuando eso ya tú estabas enferma… me invitó a unos tragos, y dígole yo que lo mío era irme pál Norte, y él va y me dice “yo soy tu hombre”.
No, está igualito, niña, esta gente no se pone vieja, cuando los ves canosos es porque tienen cien años por lo menos. Claro, en las fotos parece más gordo por la ropa. Pero es que aquí todo el mundo es así. Eso de que los canadienses son blancos y rubios es un cuento, no vayas a creer. Por lo menos, los inuit, que es como se llaman ellos, es como decir habaneros, son bajitos y achinados. No, si te digo, Omarito es uno de los más altos de por todo esto.
No es que sea falsa, Yami, es que mi marido se pone pesado con el teléfono. No por lo que cuesta, sino porque dice que cuando llamo a Cuba me deprimo. Mentiras suyas, niña. Pero hoy podemos hablar sin apuro. De verdad. Estoy fuera de casa y con el móvil nuevo. Aproveché pá llamarte y pasear un poco, hoy hace un solecito mierdero, pero hay que aprovecharlo. Sí, carísimo, pero Omarito ni se entera. Además, salió. No, muchacha, él no tiene trabajo, no lo necesita, con el dinero de su familia y lo que caza tenemos para vivir, y sobra. Cada dos años se va a un país raro de vacaciones y a coger sol. Bueno, por eso fue a Cuba. Antes aprendió español. No, si él es muy inteligente. Aunque aquí no quiere decir ni buenos días, he tenido que aprender un poco de su idioma y un poco de inglés y escapar con eso. Yo le dije que de todas maneras me gustaría trabajar, para conocer gente y entretenerme, pero él no lo entendió, se puso bravo.
Sí, mucho frío. Pero la casa es buena, y además Omarito tiene un iglú de veraneo, pero entre una cosa y otra todavía no hemos ido. Aquí nadie se mete contigo, cada uno vive como le da la gana. Sí, hay cosas raras, pero a todo se acostumbra una, niña. Menos a las comidas, ya te dije, con eso sí que no puedo. Por ejemplo, lo de no bañarse todos los días, y restregarse con grasa de foca para mantener el calor. Al principio yo no quería, y le decía a mi marido que con esa peste fuera a acostarse con su abuela, pero la verdad es que si no lo haces no hay quien ponga un pie en la calle. En la nieve. Afuera. Y después de unos días ni lo sientes.
No, playa no hay. Sí, esquiar, aunque no mucho. ¿No lo has visto en las películas, que la gente va a esquiar a esas estaciones en las montañas? Es que, cómo te digo, delante de tu casa no tiene gracia. Además, aquí la noche dura meses. Menos mal que no hay que hacer guardia del CDR. Ná, la gente se divierte dentro de la casa, haciendo cuentos, curtiendo pieles, viendo la televisión. Al principio yo traté de poner ambiente, tú me conoces, de hacer unos cuentos de Pepito, pero era más lo que tenía que explicar. Y los únicos bailes que se saben son unas cosas tribales, que a lo que más me recuerdan es a las tablas gimnásticas que hacíamos en primaria… ah, verdad que tú estabas enferma. En la Habana Omarito se defendía con la salsa, tiraba su pasillo con los Van Van, pero aquí siempre dice que la que tengo que aprender soy yo. Su hermana, Bertica… sí, su nombre es todavía más raro… Bertica me dijo que ella sí quería aprender. Lo intentamos un día. El lunes que viene le quitan el yeso.
Al principio, los domingos íbamos a la iglesia. Así mismo, niña, quién me conoce y quién me ve. Yo, que no creía en ná y que me hice el santo sólo porque tú te pusiste malita, metida entre veinte o treinta inuits que cantaban himnos. Me gustaba, porque en el idioma de ellos los cantos suenan a reguetón, te lo juro. El cura era un yuma… no, yuma yuma, de un lugar que se llama Luis y Ana. Bueno, eso me dijo él, es un estado, será que así se llamaban los que lo fundaron, di tú… El caso es que el yuma se dio cuenta enseguida, por arriba de la ropa, de que esta mulata era de exportación, y se puso a hablar conmigo y a sacar guara… y entonces Omarito dejó de creer en Dios de un día pál otro. Crisis de fe, me dijo él.
Vivimos solos, eso sí, y la casa es grande. Desde ella sólo se ve nieve, una cosa preciosa. Y cielo. Y una refinería de grasa de foca. Omarito tiene un carro, pero nada más podemos usarlo unos días, por la nieve. Cuando vamos a alguna parte nos movemos en una chivichana con perros, igualita que la de la película… ¿Qué? No, no tenemos fecha para ir a Cuba. Se lo he dicho dos o tres veces a Omarito, pero me contesta que todavía le quedan muchos países por conocer. Es que aquí a la gente no le tira tanto la familia como a nosotros. No, la mamá de Omarito ya murió. O por lo menos eso cree él. La vieja insistió en que la dejaran sola en la nieve, lejos de todo, para morir tranquila. Es la tradición. No, yo pensé lo mismo, es como si cuando la gente se pusiera vieja en la Habana la llevaran a la península de Zapata a que se la comieran los cocodrilos. Claro, que con lo resistente que era la vieja, igual todavía está viva, o se fue caminando y a estas alturas andará por Miami, por África, qué sé yo.
No, la verdad es que aparte de mi marido, y del cura yuma, no he hecho amistades. Incluso cuando vamos de visita, las amistades son de él. La gente no habla mucho. Además, parece que hace tiempo existía la costumbre de ofrecerle tu mujer al huésped, y aunque ninguno de sus conocidos le descarga a eso, cuando viene alguien a casa me pongo tensa. No es fácil acostumbrarse a la grasa de foca ajena.
Ahora al inuit de mi marido se le ha metido entre ceja y ceja que tengamos un niño, pero no acabo de salir embarazada. Él se atormenta, se pone bravo conmigo y me echa la culpa. El pobre, con decirte que a veces deja su filete de oso en el plato. Es que para esta gente no tener hijos quiere decir que el hombre no sirve, que no puede. Y él es tan macho como cualquiera, en la cama nos va bien. No bieeeen, pero bien. Tú sabes. Tampoco es que sea muy creativo en el tema, la primera vez que quise, ya sabes, darle unos besitos allá abajo me miró raro y me lo prohibió. ¿Te imaginas un hombre que no quiere que se la mamen? Pero a su manera folklórica pone mucho empeño, esa es la verdad, y nada. Le dije que podíamos ir al médico, hay un doctor yuma que vive cerquita, a menos de doscientos kilómetros, pero Omarito me miró raro y me dijo que con el cura tenía bastante. Boberías de los hombres.
No, a eso puedes ponerle el cuño. A pesar de esos detalles, casarme con Omarito y venir a Canadá fue la mejor decisión de mi vida. Ya yo estaba cansada, mija, cansada de la lucha, tú sabes cómo es el pitcheo en Centrohabana. Aquí tengo un marido rico que me mantiene, y este es un país con libertad. ¿Qué más puede pedir una, Yeni sin nada no más ayer?
Ahora mismo, fíjate, ni se ve la casa desde aquí. Sí, desde que te llamé empecé a caminar sin darme cuenta, y ahora debo estar a kilómetros de casa… Con decirte que no se ve ni la refinería… Ay, muchacha, quién quita que si camino mucho en esta dirección llegue a la Habana. Ya sé que es una isla, boba, que tan bruta no soy, lo que te digo es que te lo imagines. ¿No te gustaría que yo me apareciera de pronto ahí, y armáramos un fetecún y el despelote hasta las seis de la mañana? Aunque estés enferma, los Van Van resucitan a un muerto. Ay, mi hermana, no te pongas así, lo dije sin pensar, tú verás que te vas a curar pronto. Que sí, que mucha gente se ha curado. Dime, ¿no te alegrarías de verme? Ay, Yami, figúrate, una bola de piel, eso es lo que parezco, entrando al barrio de Belén, todo el mundo mirándome raro… Claro que lo más seguro es que, si sigo caminando, acabe como mi suegra, congelada y tirada donde el diablo dio las tres voces… No sé, ¿qué tú crees?… ¿La Habana, o lo otro? Voy a caminar un ratico más a ver qué pasa.


17 de agosto de 2007

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