viernes, 18 de abril de 2008

CONSEJO DE DIRECCIÓN. Por Eduardo del Llano

Exactamente a las diez y treinta minutos y seis segundos, el deportista pasaba por encima de la varilla que, destrozando predicciones de los técnicos y consejos del entrenador, había pedido colocar a tres metros y diez centímetros del suelo.
Todavía el campeón estaba en el aire, bien que ya gravitando sobre el colchón amortiguador, y el impulso nervioso alcanzaba los cerebros de los espectadores para desencadenar un júbilo previsible, cuando un meteorito cayó sobre el ala norte del estadio, matando a noventa y tres de esos mismos concurrentes que no tuvieron tiempo de vitorear al ídolo, y a un número indeterminado de representantes de especies menores. A continuación, los restos de la estructura metálica que soportaba el peso de la fanaticada y una torre de luces herida por la onda expansiva se desplomaron hacia la calle, alcanzando un almacén de insumos químicos. En el siniestro perecieron otras ocho personas, que hubieran sido nueve si el individuo predestinado a redondear el guarismo no hubiera sido salvado de las llamas por un héroe fortuito. El choque eléctrico acarreó la interrupción del servicio en una cuarta parte de la ciudad, y los gases nocivos provocaron diversos daños ecológicos en una franja de territorio que, vientos mediante, alcanzó el mar.
Entonces plum, cayó el deportista en el colchón.
A las doce, en una oficina de las antípodas urbanas, se reunió el consejo de dirección de un periódico. Como resulta obvio desde el título, en lo adelante la presente narración tendrá el mencionado consejo como escenario.
Una secretaria trajo café para todos.
- La situación, en dos palabras, es como sigue –dijo el director del periódico, un tipo con una mancha purpúrea sobre el ojo derecho que le había merecido el sobrenombre de Mermelada– habida cuenta de la gravedad de las circunstancias, hay que esperar una orientación superior para emplanar la primera página. Quedaron en llamarme tan pronto como el gobierno se pronuncie.
Además del director, había cinco personas en la oficina: cuatro hombres entre los treinta y los cincuenta años, y una mujer entre los cincuenta y los dos mil. En realidad, el consejo era un poco mayor, pero los ausentes estaban ocupadísimos.
-¿Esperar? –saltó Rodríguez, el obeso jefe de la sección deportiva- a mí me parece claro que un record de tres metros diez en salto alto, avalado por jueces internacionales, es una noticia incendiaria. Más que incendiaria, explosiva.
- Como símil, lo juzgo un tanto inapropiado –terció Ana, la jefa de Nacionales.
- Además de inapropiado, es cruel –opinó Bolaños, la suprema vaca sagrada en materia de textos editoriales– más de cien muertos, y este tipo habla de records deportivos. El pueblo ha resultado afectado, y todos saben que nuestro periódico es un vocero de los intereses del pueblo.
- Ah, ¿sí? –murmuró Rodríguez.
- Por favor, compañeros –intervino Mermelada, sacando un rotundo tabaco de una caja niquelada– entiendo que todo el mundo esté alterado por semejante acumulación de hechos inusuales, pero es en estos momentos cuando se precisa mantener la cabeza despejada. Las agencias extranjeras darán sus versiones, pero la nuestra reflejará la posición oficial.
- La posición oficial siempre se da al día siguiente, cuando ya han hablado las agencias extranjeras y resulta claro a quien hay que salirle al frente –comentó Nicanor, de la página cultural.
- Verdad –dijo Rodríguez
- No me apoyes, Rodríguez –dijo Nicanor– yo no estoy de acuerdo con priorizar el record. Uno de los muertos era Ángel Triste, el mejor pintor que ha dado este país a fin de siglo.
- Ese era un gusano– evaluó Ana.
- Bien –dijo Mermelada– hay elementos que ustedes no dominan. Por ejemplo, la Academia de Ciencias está estudiando el meteorito. Dicen que contiene sustancias orgánicas, albuminoideas. En otras palabras, que puede ser una demostración de que existe vida en algún planeta por ahí.
- Vaya manera de demostrar que hay vida –comentó Bolaños- por otra parte, ¿cómo no va a haber materia orgánica en la piedra, si aplastó a cien compañeros? Miren, si quieren mi opinión, ese meteorito fue desviado por el enemigo.
- Caballeros, no se rompan la cabeza –dijo Segura, el jefe del núcleo del Partido- ni que fuera la primera vez que nos bajan la plana ya hecha. Un poco de conciencia.
- Yo, la verdad, los oigo y me parece que hablan otro idioma- contraatacó Rodríguez –coño, claro que a uno le duele que haya muerto tanta gente. Pero de algo hay que morirse, ¿no? Y un record de tres diez es algo que muestra las infinitas posibilidades del ser humano. No es un centímetro más, ni dos. Es el acontecimiento deportivo del milenio.
- Ya veo –dijo Nicanor, y le sonó una galleta a Rodríguez. Segura y Bolaños los apartaron.
- Es penoso que tales cosas ocurran en el consejo –afirmó Mermelada- por una vez no tomaré medidas disciplinarias, en consideración a que ha sido un día marcado por la violencia.
- Yo pienso que la noticia de primera plana es el ciudadano que salvó al otro en el incendio –dijo Ana– porque, a ver, ¿debemos dar una imagen catastrofista del país?. ¿Se imaginan lo que hará la prensa extranjera con un titular que hable de cien muertos en la capital? Velamos por los intereses del pueblo, como apuntó Bolaños, y eso yo lo interpreto como que no conviene sembrar la inquietud en la población.
- La inquietud no la sembramos nosotros, la sembró el meteorito -replicó Nicanor- y vaya, si hay cien muertos y no lo decimos, ¿qué carajo es el periodismo?
- El periodismo tiene que ser optimista– dijo Ana.
- Es fácil decir eso cuando no fue a uno a quien le cayó arriba un trozo de planeta habitado.
- A ti tampoco te cayó.
- Pero al pintor sí.
- Bien caído.
- Vieja puta.
- Sin careos, cojones –exultó Mermelada– dispensen las compañeras, pero con ese espíritus no se puede hacer prensa. Miren, a mí la idea del héroe que salvó al cabrón ese de las llamas me pareció buena en un principio. El problema es que el héroe es un enano.
- Ah, bueno, eso lo aclara todo –dijo Bolaños, cáustico- ¿dónde está la ley que prohíbe a los enanos salvar vidas durante un incendio? Mayor mérito tiene.
- Si, pero la foto del enano... Vaya, parecería que lo publicamos por compasión, primero. Y segundo, ¿es esa la imagen de nuestro pueblo? ¿Enanos altruistas metidos en candela?.
- A lo mejor no había ningún dirigente a mano a quien el puñetero enano pudiera preguntarle si era políticamente correcto meterse en el fuego.
- Caballeros, tranquilos – dijo Segura – si me permiten ser franco ...
- Eso sí sería noticia –comentó Nicanor.
- Cállate, Nicanor. Si me permiten ser franco, no me cabe duda de que la orientación será jerarquizar el record. Ustedes saben la importancia que se le concede al deporte en este país. En definitiva, la mayor parte de los muertos eran espectadores. Es más sensato pasar del record en primera plana a la reseña del accidente, allá en la cuatro o la cinco. Comparto el criterio de que no debemos incentivar la propaganda negativa en torno a nuestra cotidianeidad.
- Eso es hablar –dijo Rodríguez –vaya, al fin un poco de cordura. Nicanor volvió a levantar la mano, nocivo, pero en ese instante sonó el teléfono. Mermelada descolgó el auricular.
- Ordene.
- Veinte pesos a que es el record –ofreció Rodríguez. Nicanor se removió, pero Segura lo tenía bien sujeto.
- Bueno, ¿qué? –preguntó Bolaños cuando el director devolvió el manófono a su sitio- la piedra fue desviada por la CIA, ¿verdad?
- A Montero le dio un infarto –anunció Mermelada, sombrío.
Hubo un silencio especulativo.
- Oh, por Dios –dijo Ana –pobrecito.
- ¿Cuál Montero? – inquirió Nicanor.
- El de Nacionales, el viejito. Pobrecito.
- ¿El que escribió aquella basura sobre los impuestos?
- No, esa fui yo –declaró Ana– esto es típico. El jefe de la página cultural no lee el periódico.
- La máxima dirección del país esta recorriendo la zona del desastre –dijo Mermelada- Montero y Estrada el fotógrafo fueron a cubrir los hechos. El viejo tenía problemas respiratorios, y con todos esos gases de pintura quemada...
- Pero se salva, ¿no?.
- Es su segundo infarto. No se sabe.
- Si el compañero muere, ¿tendríamos que considerarlo en la cifras de muertos por el accidente, o publicar una nota necrológica aparte?
- Ahora es usted el cruel, Bolaños.
- También me dijeron que el deportista acompañaba a las autoridades del país –añadió Mermelada- y que le iban haciendo preguntas y comparándolo con los héroes de la independencia.
- Claro –dijo Nicanor- pero sobre Ángel Triste, ni una palabra. No, si en este país ser artista es lo último.
- Debíamos ir al hospital –consideró Ana, abrochando y desabrochando espasmódicamente el último botón de su blusa caqui- para darle aliento a Montero, pobrecito. El fue fundador del periódico.
- No podemos –dijo Mermelada- todos compartimos su dolor, pero la misión es permanecer aquí hasta que nos orienten lo que va en portada. Lo que sí podemos hacer es mandar un fax al hospital, diciéndole a Montero que estamos con él.
- Eso es bastante metafísico -dijo Nicanor- además, ¿hay fax en los hospitales?
Nadie estaba seguro. Ana se ofreció para averiguar, redactar el texto y enviarlo. Mermelada se mostró de acuerdo, y Ana salió.
- Dicen que la vieja se jamaba a Montero –informó Rodríguez, inexpresivo.
Volvió a sonar el teléfono.
- Ordene.
- Ahora sí –dijo Rodríguez– cuarenta pesos a que el record va en portada.
- Cincuenta a que van los muertos – retó Bolaños inesperadamente. Nicanor los miró de hito en hito y escupió.
Mermelada colgó el auricular y encendió otro tabaco.
- No nos dejes sobre ascuas – pidió Rodríguez, pero enseguida captó el reproche en los ojos de Bolaños y desechó la metáfora- es decir, esperando. ¿Era de arriba?
- Los compuestos orgánicos en el meteorito corresponden a formas de vida no terrestres. Eso, o alguno de los aplastados tenía un metabolismo a base de flúor.
Durante casi un minuto nada se movió en la oficina, a excepción del humo del tabaco.
- Es duro decirlo, pero eso lo cambia todo –admitió Nicanor- si hay vida extraterrestre, es el bombazo periodístico más grande desde Colón. Y cuando hablo de bombazo lo hago a conciencia. El meteorito pudo no ser un meteorito.
- ¿Sugieres un ataque de aliens? – pregunto Bolaños- no lo creo. El enemigo...
- El enemigo no respira flúor. Si lo hicieran, ya lo habrían enlatado.
- Ustedes se han sonado demasiadas peliculitas –dijo Rodríguez- no me jodan. Ochenta pesos, vaya, a que el record es la noticia.
- Ah, por cierto – recordó Mermelada – se murió Montero.
Ana entró como si hubiera estado esperando detrás de la puerta.
- ¿Ya se enteraron?.
- Sí, bueno. Es una gran pérdida. Montero era tremendo periodista, el decano de Nacionales, un...
- No hablo de Montero, sino de los extraterrestres. Montero, pobrecito. Pero los compuestos orgánicos a base de flúor... lo que está entrando por los teletipos es mucho. Parece que el meteorito no es ni siquiera del Sistema Solar. Ah, por cierto, no había fax en el hospital.
Mermelada apagó el tabaco en el cenicero.
- Entonces, por ahí va la cosa... ¿Qué cree usted, Segura?.
El Jefe del núcleo del Partido corrigió el calibre de su bigote y revisó unas notas.
- Hay que ser objetivos. Los de la Academia de Ciencias están un poco locos. Si me salieran con que los gases tóxicos dejarán la capital sin palomas, me lo creería. Pero se han desorbitado con esa estrella fugaz. En última instancia, hay que pensar en el hombre, ¿verdad? Considero que tres metros diez es un salto sobrehumano. Apuesto por eso.
- ¿Cuánto?
- Bueno, yo hablaba figuradamente, pero ya que insisten... cien.
- Doscientos –dijo Rodríguez– Segura y yo apostamos doscientos al deporte. Arriba, caballeros.
- Si me lo ponen así, prefiero el meteorito –declaró Bolaños- cincuenta por los aliens.
- Que sean cien- dijo Ana.
- Ciento cincuenta – dijo Mermelada.
Todos miraron a Nicanor. Nicanor suspiró y sacó la billetera.
- Doscientos.
Sonó el teléfono.
- Ordene.
- De todos modos, tanto muertos ... – dijo Nicanor- es una pena.
Mermelada colgó y sacó el postrer tabaco.
- ¿Era la llamada?
- Era la llamada. Ya escribieron el texto para la primera página. Está entrando ahora por fax.
Mermelada estrujó el tabaco y tiró al suelo el mazacote resultante.
- Bueno, ¿y cuál es la noticia?
- La capital alcanzó el primer lugar nacional en la emulación portuaria.
Nicanor miró hacia fuera por la ventana y le pareció ver un platillo volador sobrevolando edificios humeantes.
- Entonces no tenemos que pagar, ¿verdad? – dijo Rodríguez.


23 de marzo de 1998.

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