EL OTRO ITINERARIO
También yo aguardo por un remanso
que simule al menos el alivio.
También yo aparento haber escuchado
las palabras que aún nos contienen
y llenan de credulidad.
Alguna vez rompieron el lacre
y proclamaron mi absolución:
una lista breve, un salvoconducto
que abriría la única puerta.
Y la calle oscura, la pobre calleja
de un pueblo oscuro atestiguó mi dolor
al salir con el frío y palpar las piedras.
También yo recuerdo la parca ceremonia
que fue despedirme de una casa irreal,
vencida por el marasmo y la fiebre.
Fueron mis pasos
los pasos de quienes suplicaban a lo lejos.
Sordo a los ruegos, cansado del polvo
también yo arrastro un grillete imaginario
y no por ello menos fatal.
Y las marcas del cuerpo
son luminiscencias, son vaticinio
de que todo termina en ergástula.
Nunca exentos del pasado, nunca libres
rogamos por ese espejismo
que son los horizontes, los privilegios,
las redenciones.
Y el bóreas nos sueña, insaciable.
LA ABSOLUCIÓN
Han de tener razón para vedarme el paso
cuando ante el vestíbulo me descubro
y el fósforo restalla deslumbrante.
Mi fisonomía desmiente lo que anunciaban
las cartas de relación, las tablillas limpias de hiedra.
No es este el sitio, y se apresuran a desplazarme
hacia la verja con una expresión de asco.
No es esta la compuerta destinada a mi conversión,
por ser ya tarde y no haberlo previsto.
Han de saber que una silueta no suplanta al cuerpo
y que todo resplandor nace de una llama tan pobre.
Y pudiera ser lo más justo.
El humo sube incesante.
Unos dados prefiguraron este mutismo
que es percibir el gozo, sin poder paladearle jamás.
En el fondo no esperaba otra sentencia:
los dados rodaron por el mármol
y vi a cada augur mesarse los cabellos
al reconocer la costra que me retendría.
Han de estar en lo cierto, pues se aferran al picaporte
y trazan su línea con firmeza.
Yo debí faltar a un juramento. Yo tuve que defraudar
a alguien cuya altivez es inconmensurable.
Tiene que ser el reflejo de una justicia que no conozco
para que así me aparten y borren mi nombre
sin darme una razón, sin regalarme un manto
para el camino.
LAS PRESENCIAS
Nunca nos dejan a solas.
Lo sé por esa mano invisible
que nos retiene un instante
antes de pisar el vacío.
Lo sé por esa certeza inexplicable
de que las imágenes no bastan
y que toda verdad, siendo prístina,
no es para decir en alta voz,
sino para atesorar.
Nunca nos dejan a solas.
Un rostro nebuloso nos acecha
desde las viejas fotografías.
Un impulso de confesarnos antes del viaje
nos hace mirar por entre cada grieta
y cada intersticio.
La eventualidad, las convergencias,
las señales que pervierten a un signo
nos hacen doblar la página
y sumergirnos en el temor
de haber juzgado
a quien era juez y redención.
Esa breve felicidad
que puede ser el entrelazamiento de los verbos,
el misterio de sobreponerse a lo transitorio:
fragmentos como escalas
que los propios torreones dispensan
para escapar con el día.
Todo es presencia, todo es comitiva
que astutamente nos imanta.
Nunca nos abandonan.
En el candil arden las voces
y los tañidos
que resisten a esfumarse.
Nunca estamos solos
y somos salvos en ese desconocer
y en las obras que pulimos silentes,
sin esperar recompensa,
creyéndonos solos.
También yo aguardo por un remanso
que simule al menos el alivio.
También yo aparento haber escuchado
las palabras que aún nos contienen
y llenan de credulidad.
Alguna vez rompieron el lacre
y proclamaron mi absolución:
una lista breve, un salvoconducto
que abriría la única puerta.
Y la calle oscura, la pobre calleja
de un pueblo oscuro atestiguó mi dolor
al salir con el frío y palpar las piedras.
También yo recuerdo la parca ceremonia
que fue despedirme de una casa irreal,
vencida por el marasmo y la fiebre.
Fueron mis pasos
los pasos de quienes suplicaban a lo lejos.
Sordo a los ruegos, cansado del polvo
también yo arrastro un grillete imaginario
y no por ello menos fatal.
Y las marcas del cuerpo
son luminiscencias, son vaticinio
de que todo termina en ergástula.
Nunca exentos del pasado, nunca libres
rogamos por ese espejismo
que son los horizontes, los privilegios,
las redenciones.
Y el bóreas nos sueña, insaciable.
LA ABSOLUCIÓN
Han de tener razón para vedarme el paso
cuando ante el vestíbulo me descubro
y el fósforo restalla deslumbrante.
Mi fisonomía desmiente lo que anunciaban
las cartas de relación, las tablillas limpias de hiedra.
No es este el sitio, y se apresuran a desplazarme
hacia la verja con una expresión de asco.
No es esta la compuerta destinada a mi conversión,
por ser ya tarde y no haberlo previsto.
Han de saber que una silueta no suplanta al cuerpo
y que todo resplandor nace de una llama tan pobre.
Y pudiera ser lo más justo.
El humo sube incesante.
Unos dados prefiguraron este mutismo
que es percibir el gozo, sin poder paladearle jamás.
En el fondo no esperaba otra sentencia:
los dados rodaron por el mármol
y vi a cada augur mesarse los cabellos
al reconocer la costra que me retendría.
Han de estar en lo cierto, pues se aferran al picaporte
y trazan su línea con firmeza.
Yo debí faltar a un juramento. Yo tuve que defraudar
a alguien cuya altivez es inconmensurable.
Tiene que ser el reflejo de una justicia que no conozco
para que así me aparten y borren mi nombre
sin darme una razón, sin regalarme un manto
para el camino.
LAS PRESENCIAS
Nunca nos dejan a solas.
Lo sé por esa mano invisible
que nos retiene un instante
antes de pisar el vacío.
Lo sé por esa certeza inexplicable
de que las imágenes no bastan
y que toda verdad, siendo prístina,
no es para decir en alta voz,
sino para atesorar.
Nunca nos dejan a solas.
Un rostro nebuloso nos acecha
desde las viejas fotografías.
Un impulso de confesarnos antes del viaje
nos hace mirar por entre cada grieta
y cada intersticio.
La eventualidad, las convergencias,
las señales que pervierten a un signo
nos hacen doblar la página
y sumergirnos en el temor
de haber juzgado
a quien era juez y redención.
Esa breve felicidad
que puede ser el entrelazamiento de los verbos,
el misterio de sobreponerse a lo transitorio:
fragmentos como escalas
que los propios torreones dispensan
para escapar con el día.
Todo es presencia, todo es comitiva
que astutamente nos imanta.
Nunca nos abandonan.
En el candil arden las voces
y los tañidos
que resisten a esfumarse.
Nunca estamos solos
y somos salvos en ese desconocer
y en las obras que pulimos silentes,
sin esperar recompensa,
creyéndonos solos.
* Manuel Sosa
(Meneses, 1967). Poeta y ensayista. Ha publicado los siguientes libros: "Utopías del Reino" (Premio David 1991, Premio de la Crítica 1993), "Saga del tiempo inasible" (Premio Pinos Nuevos 1995), "Canon" (2000) y "Todo eco fue voz" (antología, 2007). En la actualidad reside en Atlanta, Georgia, donde se desempeña como trabajador social.
(Meneses, 1967). Poeta y ensayista. Ha publicado los siguientes libros: "Utopías del Reino" (Premio David 1991, Premio de la Crítica 1993), "Saga del tiempo inasible" (Premio Pinos Nuevos 1995), "Canon" (2000) y "Todo eco fue voz" (antología, 2007). En la actualidad reside en Atlanta, Georgia, donde se desempeña como trabajador social.
Si quieres conocer más de este autor, visita su blog "La finca de Sosa".
3 comentarios:
Sorprendiendo como siempre: excelentes poemas, Sosa. Te mando un abrazo.
Gracias, Ivis. Gracias, Carlos. Un abrazo.
Gracias a tí, querido, por cederme este tesoro en usufructo.
Me gustan todos, especialmente el último.
Es todo un placer leerte.
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